¿Dónde está el límite de lo políticamente correcto? Cuando realizo formaciones o consultorías, tengo muy claro que mi papel es el de hacer de conector “externo” entre las necesidades demandas por la empresa y lo que realmente ocurre dentro de una sala formativa. Existe una “sociedad” interna de la propia organización y la comunicación es fundamental para saber cómo es esa convivencia: entre quienes llevan muchos años y tienen una actitud conservadora; entre quienes llevan muchos años y asumen los cambios necesarios para no vivir en el pasado; entre la nueva savia que aporta ideas creativas o disruptivas. Sea como sea el fragor diario, ese delicado sonido del trueno, existe un consenso implícito y explícito (generalmente a puertas cerradas) de que lo políticamente correcto, en ocasiones, no permite dotar de identidad propia al proyecto.
Suelo utilizar ciertas herramientas que, entiendo, en un determinado momento son necesarias para interiorizar y permitir la libre expresión de los asistentes. Ya no se trata de que una formación no sólo sea dinámica en todas sus vertientes; trabajar el pensamiento crítico es clave para avanzar, para crecer, para darnos cuenta dónde está el factor real que no permite evolucionar en un mundo tan volátil e incierto. Cuando un participante hace ver, a través de lo que entiende como una amenaza, que la competencia está evolucionando y él, responsable global de un área tecnológica que afecta a logística y cómo se compra y se vende, expone que se está perdiendo tiempo y dinero en “minucias internas” (léase, ego), la incomodidad entra en la sala. Está servido, entonces, el concepto de lo políticamente correcto. ¿Qué hacer?
Forma parte de mi lectura recurrente, “La teoría de los sentimientos morales” que Adam Smith publicó en 1759. Un libro que fusiona valores éticos, psicológicos, filosóficos y ciertamente metodológicos. Podría pensarse que, un escrito que tiene más de 250 años, poco podría aportar a nuestra era contemporánea. Sin embargo, puede darnos luz: “La sociedad y la comunicación son los remedios más poderosos para restaurar la paz de la mente, si en algún momento desgraciadamente la ha perdido; también constituyen la mejor salvaguardia de ese carácter uniforme y disfrute”. Cuando introduzco ciertas herramientas de pensamiento crítico, porque observo que es necesario profundizar, ¿son conscientes, los participantes (muchas veces la Dirección incluida), de las debilidades comunicativas existentes? ¿Y la cohesión de un equipo de trabajo?
Nos sigue ilustrando este economista y filósofo escocés: “Los hombres de retiro y pensamiento, que se sientan en su casa y cavilan sobre la congoja o el encono, aunque puedan tener a menudo más benignidad, más generosidad y un sentido más fino del honor, sin embargo rara vez poseen esa uniformidad de temperamento que es tan común entre los hombres de mundo”. Entonces, ese participante que cuestiona con sólida argumentación, nos pone encima de la mesa ya no el problema en cuestión, si no qué estamos haciendo o, mejor expresado, qué no estamos haciendo. Cuando lo urgente (en demasiadas ocasiones no bien focalizado) actúa como excusa perfecta, el inmovilismo estructural justifica lo injustificable: la falta de humildad (generalmente desde la parte media-alta de la pirámide) para aceptar ser cuestionada dicha estructura.
Si una formación o consultoría tiene que servir para algo es para cuestionar. ¿Es una obviedad? No siempre se entiende así. “Sacar los colores” desde el propio cuestionamiento interno, debe ser una norma para la mejora constante. Cómo llevar a cabo esta delicada tarea (y en pocas horas), una habilidad deliciosa de un consultor externo. Conjugar todo ello requiere un buen gusto por la aceptación honesta, equilibrada y madura de las conclusiones planteadas. Requiere “juego limpio”. Lo políticamente correcto nos suele hacer perder el tiempo y dinero. Como nos legara el poeta y dramaturgo británico-estadounidense, Thomas Stearns Eliot (1888-1965): “Sólo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos, pueden descubrir lo lejos que se puede llegar”. En el cuestionamiento y el riesgo está el éxito. Lo demás, inmoviliza.