El Día D, marcó un antes y un después en la Segunda Guerra Mundial. El martes seis de junio de 1944, comenzó la operación Overlord que tenía, como estrategia inicial, el desembarco en las playas francesas de Normandía. Los Aliados, con el mando supremo del General estadounidense, Dwight Eisenhower, buscaban la liberación de Europa de la Alemania Nazi.

En junio de 2017, bajo la dirección de Jonathan Teplitzky, se estrenó “Churchill”, película interpretada por Brian Cox, en el papel del Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill y maravillosamente secundado por la actriz Miranda Richardson (Clementine, su esposa en la vida real).

Churchill está atormentado por la sangre derramada por jóvenes soldados en guerras previas y tiene que tomar una decisión (en conjunto) con los responsables de frenar el avance de Hitler por todo el continente europeo. Sus disputas internas con Eisenhower, Bernard Montgomery (Mariscal de Campo británico de las Fuerzas Aliadas) y Jan Smuts (también Mariscal de Campo británico), llevaron a una tensión que lo llenó de dudas y por las que tuvo que convencerse, no sin poder apartar su ego, de la estrategia aliada sobre el desembarco en Normandía.

Churchill está considerado uno de los grandes líderes del siglo XX. Esta película nos muestra las dudas (y debilidades) de un hombre convencido de sus ideas pero que tiene que ceder ante una realidad que, el tiempo demostraría, fue la toma de decisión más acertada para acabar con el nazismo en Europa.

En muchas ocasiones, cuando hablamos de liderazgo, nos centramos en las habilidades que un líder debe tener. Ese “debe tener” condiciona que, detrás de esa figura, hay una persona. Cuando alabamos o admiramos a un líder por todas sus cualidades, olvidamos que, más allá de la imagen que transmite esa persona, hay dudas, conflictos internos, responsabilidades que, en muchas ocasiones, no se sabe qué resultado final tendrán y a cuántas personas afectarán.

Cuando hablamos de liderazgo, lo vinculamos a toma de decisiones, gestión del tiempo, aprender a decir no, motivar, gestión de conflictos, delegar, tener visión, estrategia, gestionar personas y sus emociones… En fin, a una importante cantidad de habilidades y competencias para la responsabilidad en cuestión. Pero no hay que olvidar que detrás de ese líder, como decíamos, está la famosa soledad del poder. No hace falta ser una figura pública. Lo podemos encontrar en cualquier área de nuestra vida profesional o personal, por pequeña que sea.

Para liderar a los demás, primero debemos aprender a liderar nuestra propia vida. No se trata de reconocimiento. Quien lidera, sabe que el ego es el principal enemigo de uno mismo. Quien lidera, sabe que mientras “haces”, el resultado lo disfrutarán otros. Confianza, decisión, compromiso y humildad para guiar a los demás. Todo un reto de vida. 

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