Hay lugares que tienen magia. Donde el tiempo está detenido. No avanza. Sabes que no hay nostalgia a pesar de que la realidad te muestra un faro que data de 1857; y lo subes y observas, luego de 118 escalones y desde unos casi 27 metros de altura, una pequeña ciudad con encanto, un horizonte donde se fusionan mar y un cielo celeste único. Donde la ciudad de Buenos Aires, a lo lejos, parece flotar en una ambigua línea nunca definida; donde ficción y realidad se funden en la confusión eterna de un río que descarga furia crepuscular.
La nostalgia es un engaño de la mente. Una trampa. Sin embargo, Colonia invita a ello. Sus calles empedradas cuentan los pasos de personas con historias pasadas, presentes y futuras. Personas en precario que encuentran respuestas a preguntas nunca formuladas. Este lado tiene la sabiduría de saber que el final ya es presente. Sabes que, cuando cruces, sólo quieres volver a casa. Ya nada más importa.
Uno de los grandes historiadores argentinos, Félix Luna, es recordado (por una placa) en el número 68 de una calle que no recuerdo su nombre. Podría buscar en el callejero de Colonia en Google Maps. Prefiero quedarme con la incertidumbre de saber que no tiene sentido quererlo todo, tenerlo todo. Los caprichos, aunque sean tecnológicos, no son buenos consejeros. Menos en una ciudad que refleja, en los cristales oscuros (de las gafas de sol) de cualquier paseante anónimo, figuras presentes que serán historia.
Como si de una foto polaroid se tratara, esas figuras, que en un mes de enero cualquiera fueron presente, el tiempo ha sabido ir borrando. La vida, al final, es eso: retratos magistrales de momentos únicos e intransferibles que ocurren en el aquí y ahora.
No puedes revolverte en un pasado que ya no te pertenece ni idealizar un futuro de expectativas inciertas. Sólo el presente importa. No puedes tener lo que quieres hasta no saber qué es lo que quieres.
Todo ello invita a reflexionar una ciudad bonita, mágica y llena de vida. Invita a ser consciente que mientras paseas tus pasos por sus calles soleadas y llenas de recuerdos, ese presente está finalizando porque otro, incierto pero ilusionante, está naciendo… en presente continuo.
Eso es disfrutar de la vida: un presente continuo; estar presente. Lo demás… lo demás sólo existe en la mente y percepción única, individual. Revisando y actualizando mis escritos, me encuentro con este que fluyó, allí por enero de 2019, en una vista que hice a Uruguay. Un país, cual postal en blanco y negro pero con grandes matices de grises, que parecía estar detenido en el tiempo. Viajar tiene la enorme satisfacción de observar lugares, personas, costumbres, colores y olores.
Al margen de otros lugares del país rioplatense, viajar a Colonia, unos años después, tiene el fantástico recuerdo, entre otras cosas, de ese faro y su encanto. Cuando hablamos de la cultura, las experiencias y el conocimiento, nuestro desarrollo como personas, también se ve marcado por esos grandes pasos dados en los adoquines de una ciudad peculiar y que, mientras reescribo este artículo, no pueden más que estar acompañados por los sonidos nostálgicos de Astor Piazzolla. Somos presente pero, de alguna forma, un presente forjado por maravillosos y sentidos recuerdos.