Podemos encontrar, en la palabra compasión, diversas definiciones según recurramos a qué raíces. En el mundo cristiano, el sentimiento de compasión se asocia a algo pasivo: lástima o pena ante el sufrimiento, la desgracia o el dolor del otro, de mi semejante. El mundo budista observa una actitud espiritual sobre la compasión: todo ser vivo merece piedad. Si revisamos la palabra monoteísta, la compasión divina o misericordiosa viene dada por Dios.

Aristóteles nos recuerda que el ser humano siente compasión por quienes sufren sin merecerlo; casi se puede advertir una situación de superioridad o de poder de quienes tienen esta línea de pensamiento sobre el otro. Esto es muy dado en nuestra cultura occidental. Más profunda que la empatía, la etimología de la palabra compasión, nos lleva a reflexionar sobre la percepción y comprensión del sufrimiento del otro y el deseo de aliviar, minimizar o hacer desaparecer por completo dicho sufrimiento.

Si pudiéramos calificar en tres conceptos nuestros actos de compasión, el primero nos llevaría a una empatía nula; aquella que no tiene que ver con mi entorno más cercano. No me afecta directamente. Observo pero no me puedo comparecer de algo que no me toca directamente. Un segundo concepto nos introduce en una empatía intelectual: observo, me preocupo pero no actúo. Soy un espectador del sufrimiento del otro. Por alguna razón, permanezco distante a pesar de mi primaria preocupación. Por último, la empatía emocional me lleva a pasar a la acción. Aporto una solución en el sufrimiento del otro. Aquí es donde, desde lo más profundo de nuestro ser, aflora una empatía real, honesta que evoluciona hacia la compasión.

¿Cómo es, en nuestras experiencias diarias, nuestra actitud con la compasión? ¿Cómo es, en nuestra vida profesional, nuestra actitud con la compasión? Somos una misma persona y, más allá, de entornos puntuales, aflora la coherencia en nuestros actos. ¿Qué nos dicen éstos? Sobre todo en tiempos complejos, ¿qué pensamientos ocupan mi mente cuando observo la realidad adversa de un semejante? ¿Cuál es mi grado de empatía?

Si en nuestra calidad de pensamiento tiene cabida la compasión emocional en toda regla, nuestros vínculos serán de una calidad de acción que nos reportará un estado de felicidad real; un estado de paz interior muy gratificante. Incluso a pesar del sufrimiento del otro (y con éste), práctico la compasión; soy coherente conmigo mismo. La felicidad es un estado mental más allá de las circunstancias propias o ajenas.

En los entornos en los que nos movemos no es sencillo poner en práctica estos conceptos. Estamos rodeados de muchos hábitos tóxicos y creencias devastadoras. Quienes transitan en el camino de la compasión, logran mejoras en su propia calidad de vida. No esperan nada del otro. Aportan. Ofrecen. Dan. Saben que, de una forma u otra, tarde o temprano, recibirán. Practicar la compasión. Todo un desafío de vida.

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