En 1967 nació, en Buenos Aires (Argentina), el grupo de parodia musical Les Luthiers. Los caracteriza la fina ironía y un humor negro que requiere de la complicidad y conocimiento del público. Los caracteriza la utilización de instrumentos construidos por ellos mismos. Son grandes artistas y juegan con todo el escenario como si estuvieran en el patio de su casa. El ingenio, la rapidez mental y cientos de horas de ensayo hacen el resto: las delicias de los que hemos asistido a sus espectáculos. Creadores y creativos.

A lo largo de los años han pasado por diversas formaciones manteniendo a algunos artistas como pilares del grupo. Jorge Maronna y Carlos López Puccio siguen comandando la nave actualmente. Históricos han sido Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich o Gerardo Masana, a pesar de su temprana muerte. Se puede decir que han sido una empresa en sí misma, con décadas de desarrollo, trabajo en equipo, confianza y credibilidad. Algo que se ha transmitido hacia el cliente: la admiración por su arte.

Este domingo 11 de junio, tuve la oportunidad de asistir a una de las funciones despedidas en Madrid. Bajan el telón. Se acaba una divertida manera de hacer feliz a los demás. Seguro que, internamente, habrán pasado por sus momentos de discusiones y tensiones. El escenario nunca habla de estas cosas pero, como en cualquier familia, los problemas se suceden y ello avanza en la evolución del grupo. Tantos años avalan esta teoría que sólo es eso, una especulación de lo que nos devuelven.

“Mas tropiezos de Mastropiero”, su última obra, muestra a uno de sus personajes icónicos: Johann Sebastian Mastropiero. Un ser hilarante y con una vida de ambiguas realidades pero que hacen las delicias del público. En este caso, se hace un repaso a sus años a través de una entrevista periodística que termina desquiciando a su interlocutor para, por fin, descubrir el gran secreto del artista en cuestión: cómo siendo como es, llegó a tener tanto éxito… Por supuesto que no se revelará, en este artículo, el secreto.

Uno de los pilares de estos geniales artistas ha sido saber jugar con el humor sin ningún tema como tabú. Algo tan complejo en sociedades con doble moral sobre según qué incursiones. Aprender a reírse de uno mismo es la mejor medicina contra la intolerancia y ellos siempre han sabido cómo hacerlo. Quizá, en sus espectáculos, haya gente molesta por cómo son tratadas algunas situaciones pero, y siempre desde el respeto (de otra forma no se podría entender), ¿no estaremos viviendo una vida autocensurada?

Podemos adivinar, en todo el camino andado por Les Luthiers, las bondades del trabajo en equipo. Fortaleza mental, alegrías, sinsabores, mucho esfuerzo y disciplina, viajes, horarios complejos, lejos de la familia y un largo etcétera. ¿Qué suple todo esto? La pasión por lo que hacemos. En tiempo revueltos (artificialmente en según qué circunstancias), es bueno que reflexiones sobre cómo vivimos. La piel demasiado fina, la ignorancia, la falta de actitud y compromiso, nunca fueron buenos compañeros de ruta.

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