Hay que atreverse a imaginar un mundo que aún no conocemos (el que vendrá) y pasar a la acción. La creatividad es asumir riesgos. Provocar nuevas ideas; pensar en algo que no existe. La evolución humana no se entiende sin haber pensado en otras opciones; sin permitir que jueguen las emociones y enfrentarlas. Sean del tono o color que sean. Debemos salir de esa zona de confort donde no hay resistencia. La resistencia es contraria a la creatividad.
En muchas ocasiones, durante mis formaciones, cuando se plantean temas de creatividad (no olvidemos que un líder debe ser creativo; un vendedor debe innovar; la atención al cliente requiere buscar nuevas respuestas de forma constante), siempre pregunto: ¿qué estáis dispuestos a cambiar? ¿Qué estáis dispuestos a arriesgar o sacrificar? En la gran mayoría de los casos, la respuesta es: “¡Es muy sencillo decirlo…!” y, a partir de ahí, comienzan las excusas.
La creatividad está reñida con las creencias limitantes. Primero hay que descubrirlas. Luego, coquetear con la incertidumbre de no saber a qué te enfrentas y asumir errores y equivocaciones. Buscar los límites. Esos límites que nos pueden llevar a un miedo social innato: el fracaso. Nos han enseñado que no podemos fracasar y, por ello, tendemos a evitarlo, sin saber que condicionamos nuestra creatividad. Nuestro crecimiento. Nuestra evolución.
Desde que Daniel Goleman introdujera el término “Inteligencia emocional” (a través de su best-seller mundial del mismo nombre), buscamos darle mucha importancia al placer interno. En lo profesional y lo personal. La conjugación de estos conceptos, llevados a la práctica, busca encontrar un equilibrio, en estos nuevos tiempos, sobre como vivir una vida más digna, más plena, más vital.
¿Y el esfuerzo? Cuando hablamos de inteligencia emocional (autoconsciencia, autoconocimiento, escucha activa, saber observar, empatía o asertividad) hay que tener cuidado con el mensaje que se transmite. Entrenar nuestro cerebro es clave, pero el esfuerzo y la voluntad (aquello que tanto nos transmitieron nuestros abuelos y padres) son claves en cualquier proyecto. Si no tenemos capacidad de esfuerzo, fuerza de voluntad ni espíritu de sacrificio, podemos quedar a expensas de nuestro entorno y no a lo que realmente deseemos.
También se pueden adquirir estas capacidades y hay que transmitirlas. Hay que aprender a esforzarse e integrarlo con el disfrute. Si logramos fusionar esos dos valores, en todos los ámbitos, tendremos un potencial increíble para seguir aprendiendo y desarrollándonos.
Entonces, ¿cómo será el mundo cuando volvamos a una cierta normalidad? Seguramente que más evolucionados desde lo tecnológico (la transformación digital es imparable). No cabe duda que más sabios, gracias a una crisis de características excepcionales. Más orientados a desarrollar personas.
El coronavirus nos legará un gran aprendizaje; como en muchos casos, unos aprenderán y serán proactivos; otros, estarán a la expectativa de ver qué ocurre (reactivos). En ambos casos, la formación y la consultoría, deben estar al servicio de las personas. Haciendo foco en el valor agregado que cada uno, más allá de un producto o servicio, tenemos la oportunidad (más que nunca) de mostrar y desarrollar nuestras cualidades. Con creatividad, dinámica, compromiso y sentido de pertenencia. En búsqueda de nuestro liderazgo personal y, sobre todo, basado en valores o, como me gusta matizar, aprendiendo a aplicar la inteligencia emocional con orientación a resultados.
Mi tarea como formador y consultor es colaborar en estos complejos tiempos de crisis. Estaré allí para aportar mi saber hacer e ilusión. Estaré allí para sentirme orgulloso de guiar a nuestros equipos de trabajo y de cada uno de nuestros colaboradores en esta apasionante aventura de desarrollar personas. ¡Vamos, juntos, a por este gran reto!