“Tienes que matar a la persona que ibas a ser y convertirte en la persona que quieres ser”. Quizá, este consejo que le dio Major Lance (cantante de R&B estadounidense) a Elton John (aún era Reginald Kenneth Dwight), fue un punto de inflexión mental en alguien que estaba buscándose artísticamente (y como persona). La enorme contradicción interna por la falta de educación emocional (sobre todo paterna), le generaba unos ruidos mentales que lo acompañarían durante muchos años y que formarían parte de sus letras, junto a la enorme colaboración que ha tenido con Bernie Taupin. Posiblemente, luego de la dupla Lennon-McCartney, los más exitosos a nivel mundial.

Rocketman es un sube y baja emocional en la vida de un personaje único: extrovertido, acomplejado, delirante, romántico, vulnerable y un etcétera interpretable según observe cada espectador; y, es que, Sir Elton John estaba destinado a ser una leyenda, algo más que una estrella. Muy dentro de él, lo sabía. ¿Cómo vía de escape? ¿Para demostrar al mundo su talento? ¿Era la ira contenida por los padres que ha tenido? Respuestas que sólo están en su interior y que no interesan al gran público pero sí han actuado como revulsivo para ser el genio musical del que disfrutamos desde finales de los años sesenta.

Si algo hay que agradecerle a este portento es su honestidad. Rocketman huele a confesión pura, dura, sin filtros. Por momentos, la exposición es tan profunda que se percibe la necesidad de contar para exorcizar. Quizá, ahí radica su superación. Hoy, Elton, tiene la vida que quiere tener: recuperación de sus adicciones, su marido, sus hijos y el reconocimiento de su aporte a nuestra cultura musical y artística contemporánea. Admiración y ejemplo al mismo tiempo. En un mundo lleno de excentricidades banales, este cantante, compositor y pianista británico, utiliza su excentricidad con fines más honestos, menos acordes al exitismo.

En varios momentos de la cinta, el niño le pregunta a su padre: “¿Cuándo vas a abrazarme?”. En la evolución de su terapia y exposición, es él mismo el que se hace la pregunta para, finalmente, abrazarse consigo mismo. Sólo una actuación memorable como la de Taron David Egerton puede meterte en la piel de Elton John, creerle y vivir su emoción como propia. En grandes ocasiones, el cine, nos ha regalado fantásticas representaciones pero, sobre todo, nos ha legado enormes enseñanzas; de esas que nos da donde duele y nos deja pensando qué más necesitamos para ser protagonistas de nuestra vida.

Este sencillo, profundo y revelador acto, nos mueve a abrazarnos con nosotros mismos, más allá de vivencias complejas; para comprender que no podemos dilapidar nuestra única y maravillosa experiencia viviendo la vida y recuerdo en los demás y en cosas que no podemos modificar pero sí aprender a gestionar y a convivir con ellas. Tendremos cosas geniales y otras no tanto pero, tomar el control de nuestra propia existencia, nos hará más y mejores personas. Es bueno que lo recordemos en estos tiempos excepcionales que nos toca vivir y que nos dejarán un enorme legado personal y social.

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