El fracaso existe y es necesario para el crecimiento. Sin fracaso no hay recompensa. El fracaso nos enseña lo que cuesta conseguir nuestros objetivos. No hay más que preguntarle al empresario que lleva 20, 30 o 40 años, de sol a sol, para generar riqueza (propia, por supuesto pero también para su entorno, para la sociedad) y puestos de trabajo. No hay más que preguntarle al emprendedor que lleva años de esfuerzos y sacrificios pero sabe que, tarde o temprano, los resultados llegan. Todo lleva su tiempo.
Ese empresario o emprendedor del que hablo, lo conozco. Es el que arriesga todos los días. No es aquel del que mucha gente, sin certezas, denosta en las redes sociales u otros medios por propias frustraciones no resueltas o por dejarse guiar por otros que no tienen fundamentos. Por supuesto que existen empresarios sin códigos, sin ética pero son los menos. A estos, el mercado se encarga, tarde o temprano, de ponerlos en su lugar; los expulsa. La naturaleza humana ha querido que no seamos perfectos.
En mi día a día, hablo con ese empresario, con ese emprendedor. Son muchos. Son trabajadores. Humildes. Cercanos. Familiares. Cuidan, miman a su gente. Sólo tienes que visitar polígonos industriales o comercios. Los conocerás. Enorme homenaje a su labor para el desarrollo social y económico de nuestro país.
Quienes siguen los consejos fáciles y se dejan autoengañar están condenados a vivir vidas ajenas. Falta de criterio propio, de madurez. Cuando has conocido y conoces y observas, todos los días, historias de real superación, genera perplejidad la facilidad con la que ciertas letras y palabras irresponsables, impregnan de esperanza a miles de personas con ganas de encontrar respuestas a sus deseos de crecimiento personal y profesional.
No todo vale cuando se habla o escribe sobre la capacidad de superación de las personas. En la gran mayoría de los casos hay mucho mar de fondo, hay mucho por profundizar y trabajar para que una frase o conceptos huecos representen, de forma superficial, cierta solución a problemas muy complejos.
Si fusionamos el esfuerzo y sacrifico de esos empresarios y autónomos con quienes critican desde posiciones dudosas, utilizando el anonimato (en muchas ocasiones) y despotricando lo que se hace, ¿con qué denominador común nos encontramos? Con la disciplina. Los primeros saben aprovecharse de ella; los segundos, no la conocen. Del fracaso a la disciplina hay un camino largo y sinuoso que tiene sus recompensas. Tarde o temprano, las cosas se ponen en su lugar.
La disciplina debe ser constante. Todos los conocimientos que vamos adquiriendo, las experiencias y cómo aprender a aplicarlos son clave para nuestra maduración personal y profesional. Este proceso no acaba nunca y nos ayuda a evitar problemas, el aburrimiento y la mediocridad. En una era de click fácil, la constancia en la superación, a través de la disciplina, es nuestra mejor aliada para no sucumbir al desaliento de los vaivenes de la vida. La disciplina nos ahorra la procrastinación.
La disciplina no es sencilla, es a jornada completa; es una actitud de vida. El precio de la disciplina, en el aquí y ahora, es el éxito de nuestro futuro. No ese éxito materialista, sino personal, intransferible, honesto, ético, de satisfacción personal sabiéndome la persona que quiero ser. Siendo coherente conmigo mismo. Esa coherencia que evita pensamientos confusos y me permite crear hábitos nuevos y sanos. Descuidar nuestra propia disciplina y coherencia nos abandona a la suerte de otros.
Esquivar la mediocridad y a quienes, en nuestro entorno o de forma virtual, buscan influenciarnos de forma tóxica, requiere disciplina, constancia y coherencia. Pau Gasol nos ayuda: “Phil Jackson nos decía que, una vez que entráramos al pabellón dejáramos fuera todo lo demás que sucediera en nuestras vidas. Que nos centráramos en la tarea que teníamos que realizar; en el presente. La meditación nos ayudó a conseguir eso: limitar las distracciones, acallar el ruido y estar lo más centrados posible en el momento y el objetivo (que en nuestro caso era ganar campeonatos). Esto requiere de una gran disciplina y una gran concentración”.
Todos podemos caer y dejarnos arrastrar por pensamientos complejos. En ocasiones podemos llegar a sentirnos solos pero es, desde ese fracaso a la disciplina, el camino que no debemos abandonar. Buscando ayuda si es necesario. La vida no es un experimento. Disfrutar, como cada uno mejor lo entienda, el aquí y ahora, es el poder de esa disciplina bien interiorizada.