En innumerable cantidad de empresas hay cargos que implican tener personas que gestionar. Independientemente del sector o tarea, la responsabilidad de lograr que éstas alcancen el éxito de sus tareas, depende en gran medida del jefe de equipo, ventas o la denominación que tenga el puesto.
A menudo he observado diversidad de conductas en el trato del día a día. Desde el colegueo hasta la rigidez más absoluta. Tuve la enorme fortuna de pasar por un proceso de coaching y mentoring en el que se buscaba el desarrollo competencial de mis tareas como gestor de un equipo de ocho personas en el departamento comercial de una multinacional. La profesional no sólo es coach, también es psicóloga. Fuimos mucho más allá de un simple coaching.
No me equivoco si digo que la selección de personal es pilar indiscutible a la hora de formar un equipo de trabajo. Se invierte mucho dinero y tiempo en ello. Una vez elegidos los candidatos mejor valorados y con las competencias que más se acercan a las funciones a desarrollar, viene el período de adaptación para luego entrar en una dinámica normal y habitual de las tareas de cada día.
¿Aquí se acaba todo? ¿Está la persona, entonces, capacitada para llevar a cabo sus tareas de forma normal y habitual? El responsable de equipos no sólo tiene la misión de lograr el éxito de su gente. Tiene que saber desarrollar personas. Mostrar cuadros comparativos de actividades y ayudar a que alcancen sus objetivos ya no alcanza. Porque quién no logre llegar, empezará a dudar y quién los supere, empezará a hacerse planteos.
El desarrollo de personas exige encontrar un equilibrio para «saber» motivar a cada pieza del equipo. Si decíamos que la selección de personal es muy compleja, una vez que hemos decidido contar con los que han subido a bordo de la nave, es absoluta responsabilidad del gestor contar, en el medio y largo plazo, con cada individuo. Salvo clamorosa excepción, debemos seguir formando, motivando, escuchando, observando y ayudando a nuestros colaboradores. Ellos son los que harán que el gestor logre el éxito. Por lo tanto, el desarrollo de estas personas no acaba en hacerles saber sus objetivos y ayudarlos a que los alcance.
¿Cómo nos comunicamos? ¿Cómo nos orientamos al cliente interno y externo? ¿Seguimos haciendo siempre lo mismo para obtener los mismos resultados? ¿Qué valores tenemos? ¿Somos proactivos o reactivos? ¿Tenemos una estrategia? ¿Cómo es nuestro liderazgo? ¿Sabemos gestionar correctamente los conflictos? ¿Utilizamos planes de acción para cada caso? ¿Ayudamos en la toma de decisiones? ¿Delegamos? Y, sobre todo, ¿sabemos trabajar y transmitir la filosofía de la Inteligencia Emocional?
Se trata de generar cambios útiles, sostenibles y significativos para la persona. Evitaremos dudas, rotaciones, miedos, comentarios negativos. Lograremos lealtad a un proyecto. No es tarea sencilla pero los tiempos de cambios que estamos viviendo exigen que el gestor de un equipo se convierta en un desarrollador de personas. Hablamos de Personas. No sólo ganará su gente, evolucionará quién comande este apasionante desafío.