Aeropuerto de Jerez de la Frontera (Cádiz). Viernes por la tarde. Vuelta a Madrid luego de una intensa semana de formación, acompañamientos comerciales, mentoring, coaching en ventas y un largo etcétera de consultoría que, lógicamente, un equipo comercial necesita para encontrar un equilibrio y seguir evolucionando, seguir volando. Cuando algo te apasiona, el cansancio es menos cansancio y observar cómo mejoran las personas, justifica cualquier esfuerzo realizado.

Luego de recorrer a pie (es lo que tienen los aeropuertos pequeños) los varios metros que separan la terminal del avión de Iberia que nos llevará de vuelta a casa, me subo a éste por la parte trasera. Lleno de gente. Asiento 22A. Ventanilla. Me pongo a leer ni bien me siento pero, al rato, ya no podré concentrarme en la lectura. El Capitán de abordo saluda primero en inglés (cosa que me sorprendió ya que se suele hacer en el idioma local, al inicio). Corto saludo en la lengua de Shakespeare.

Ahora sí, en español. “¡Bienvenidos a nuestra casa, Iberia!” y, a partir de ahí, nos enteramos que el Airbus en el que íbamos a recorrer los 600 km, pesa el equivalente a 22 elefantes. Que, el fantástico equipo de abordo, iba a esmerarse porque nuestro viaje fuera lo más placentero posible. Que tardaríamos una hora e iríamos un poco más lento de lo normal para ahorrar combustible pero que ello repercutía en la menor contaminación posible.

“Por último, señoras y señores, pónganse cómodos que, del vuelo, nos encargamos nosotros y aprovechen el gran invento español: la siesta”. Todo el avión aplaudiendo como hace tiempo no lo veía. ¡Esto es Atención al Cliente! ¡Esto es agregar valor!

Una vez en el aire, nos contó que, a la izquierda, estábamos dejando Sanlúcar de Barrameda (una de mis ciudades favoritas de España), la desembocadura del Guadalquivir y el Parque Nacional de Doñana. A los 10 minutos: “Entramos en una zona tontorrona y les voy a poner los cinturones de seguridad”. Turbulencias. Luego, los quitó. Luego, los volvió a poner. “Es que esta zona está muy tontorrona, hoy”.

Al rato, “A su derecha, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial”. Nos contó parte de la historia de Alfonso XII y su cónyuge, María de las Mercedes. No recordaba su nombre y, segundos después, volvió para matizarlo. Minutos más tarde, nos habló de que el tiempo en Madrid era “¡ES-PEC-TA-CU-LAR!”.

Fue aterrizar y el avión, al completo, volvió a aplaudir con ganas: experiencia de cliente.

Vuelo habitualmente por Iberia y, la tranquilidad y confianza de la compañía de nuestra casa, hace que no pueda dejar de observar que, más allá de una marca de empresa, este Capitán (del cual lamento no recordar su nombre) ha sabido gestionar de forma magistral su propia marca personal. Ésta, al final de cuentas, está en la actitud de cada uno de nosotros.

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