“Me he esforzado por no reírme de las acciones humanas, no llorar por ellas, no detestarlas, sino entenderlas”. Esto nos legó Baruch Spinoza (Ámsterdam, 1632 – La Haya, 1677), filósofo neerlandés.

Si bien no se aplica exclusivamente en el ámbito laboral, la teoría de las necesidades de Abraham Maslow (1908-1970), es el recurso más conocido y utilizado en el mundo empresarial para estudiar la motivación en el trabajo. Se puede concebir como un todo, aunque el orden jerárquico que estableció este psicólogo estadounidense, debe observar cada una de sus cinco necesidades.

Las primeras que se activan en el ser humano son las fisiológicas, donde cobran especial relevancia la supervivencia, el comer, el vestir… Una vez que lo fisiológico está satisfecho a un determinado nivel, aparecen las necesidades de seguridad: cuando la persona ha comido quiere asegurarse la comida. Cuando esto ocurre, buscará relacionarse con otras personas: necesidad de pertenencia al grupo; de querer y ser querido. Cuando las necesidades de afecto se han satisfecho suficientemente se activan las de autoestima: la persona quiere conocer sus posibilidades y valores reales. Finalmente, surge la necesidad de autorrealización. La persona tiende a ser cada vez más ella misma.

Esta jerarquía no significa que la persona deba ir escalando en la pirámide hasta alcanzar el máximo nivel. Hay casos en los que hay necesidades superiores que aparecen antes que las inferiores estén satisfechas y que incluso pueden llegar a dificultar la satisfacción de éstas. Salvo casos excepcionales (una guerra, por ejemplo) la mayoría de las conductas humanas responden a la influencia conjunta de varias necesidades.

Es importante manifestar que para que estas necesidades se vean cubiertas debe existir también el deseo de que ello ocurra por parte de la persona. Hacer, pasar a la acción es lo que nos diferencia.

En muchas ocasiones el deseo se manifiesta según el entorno en el que nos hemos criado y educado. El comportamiento humano encierra muchos misterios y esto afecta a nuestro rendimiento general. Comprender nuestra conducta implica un viaje profundo hacia nosotros mismos que no todas las personas están dispuestas a realizar. Complicados factores influyen en ello: valores familiares y sociales, las leyes y costumbres, la personalidad, influencias grupales, suposiciones y creencias y, como no, nuestra propia experiencia de vida.

Dado que muchas veces las personas se comportan de forma diferente bajo la influencia de un grupo, ese viaje hacia uno mismo cobra más sentido para alcanzar una coherencia de actuación. Ese comportamiento que nos haga sentirnos que somos nosotros mismos en todo momento y circunstancia. Todo un reto de vida.

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