Hace tiempo leí un pasaje de un discurso del catedrático de Metafísica Ángel Gabilondo, quien formó parte del plantel de profesores del programa “Transformational Leadership”, del International Center for Leadership Development (ICLD). Hizo hincapié, Gabilondo, en que la curiosidad es ver si la vida puede ser de otra manera a como es; si podemos pensar de otro modo a como pensamos; si podemos ser otros a quienes somos. Relacionaba esto con el liderazgo.

Para él, el líder sabe que no está acabado, completo, íntegro, sino en un proceso permanente de aprendizaje. El líder aprende siempre porque tiene la integridad y el coraje de hacerlo. El gran líder, dentro de una organización, es el que introduce el futuro en las decisiones. Si trasladamos este concepto a nuestra vida, podremos liderarnos y ser más éticos. Vivir una vida superficial nos puede servir para el corto plazo, para lo inmediato. Si logramos vivir en la curiosidad, tendremos una vida más plena.

La ética, según define la R.A.E. en su cuarta acepción, es el “conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida”. En la quinta: “Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores”. Esas normas vienen dadas de una educación recibida que la debemos ir puliendo en nuestra madurez con la curiosidad por seguir aprendiendo. Estamos en una época de muchos cambios vertiginosos y no alcanza con lo sabido. Hay que actualizarse constantemente.

Recurrir al filósofo estoico Epicteto puede arrojarnos más luz. En la pieza 48 de su Manual de Estoicismo, nos introduce: “Condición y carácter del hombre corriente: jamás espera de sí mismo beneficio o daños, sino de causas externas. Condición y carácter del filósofo: espera de sí mismo todo beneficio y todo daño. Señales de quien hace progresos: no critica a nadie, no elogia a nadie, no hace reproches a nadie, no acusa a nadie, no habla de sí mismo como si fuera importante o poseyera algún conocimiento”.

Continúa: “Ante un impedimento u obstáculo, se responsabiliza a sí mismo. Si alguien lo elogia, se ríe para sus adentros del que lo elogia; si alguien lo critica, no se defiende. Se comporta como los convalecientes, poniendo bien cuidado en no mover el miembro que se está curando hasta que no esté bien restablecido. Ha desterrado de sí todo deseo, y ha trasladado su aversión sólo a las cosas que, dependiendo de nosotros, no están en armonía con la naturaleza”.

Concluye Epicteto en la pieza (carta) 48: “Respecto a todo, hace un uso moderado de su motivación. Si parece un idiota o un ignorante, no le preocupa. En una palabra: se mantiene en guardia de sí mismo como si de un enemigo al acecho se tratase”. A la hora de hablar de liderazgo, lo aportado por Gabilondo y por Epicteto, con siglos de distancia, fusionan ideas y conceptos; valores de vida para quien pretenda liderar su propia vida antes que la de los demás. Una elección no apta para cualquiera.

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