Para los nativos americanos (mucho antes de la conquista del oeste en lo que hoy es territorio estadounidense), este escudo -que acompaña la ilustración de este artículo- representaba la esencia de la vida. El laberinto nos muestra el viaje de la vida; los obstáculos, hacer las elecciones correctas hasta encontrarse a uno mismo en el centro… Y en el centro está el hogar. Un lugar al que pertenecer.
Un hogar no es una casa. Un hogar puede estar en tu lugar de nacimiento o no. Puede ser tu familia. Tus amigos. Un lugar donde echas raíces porque has elegido llegar allí y quedarte. El lugar al que perteneces. Cuando te encuentras a ti mismo, encuentras tu hogar. No es físico. Es mental. Es de corazón. Es espiritual. Es como tú quieres que sea.
Nacer en una tierra no tiene porqué ser condicionante de arraigo sí o sí y, si no, eres un traidor o muchas calificaciones que la gente suele poner por miedos. Los nativos, en cualquier lugar de la historia de la humanidad, eran nómadas. Buscaban sus asentamientos según sus necesidades para la supervivencia. Lo hacían en la unión del grupo. El amor y la convivencia por la comunidad por la que sentían pertenencia.
La historia de la humanidad está hecha de “movimientos” en busca de esa supervivencia, esos lugares en los que instalarse, huir o llegar. En su interminable y atrapante libro (aún lo estoy leyendo), “Ideas” (2006), Peter Watson, nos recuerda: “En algún momento entre 25.000 y 10.000 años atrás, el estrecho de Bering, la franja de mar que separa Siberia de América, no estaba cubierta de agua y el hombre primitivo pudo pasar caminando de Eurasia a Alaska. De hecho, durante la última glaciación esta parte del mundo tenía una configuración bastante diferente a la que hoy conocemos”. A lo largo de unas 1.200 páginas, Watson nos sumerge en el laberinto apasionante e inquietante de la humanidad.
En el laberinto de la vida, nuestro viaje está plagado de obstáculos. Todo el tiempo estamos tomando decisiones. Nos equivocaremos. Arriesgaremos. Sólo así sabremos que, tarde o temprano, llegaremos a nuestro hogar. A encontrarnos con nosotros mismos; y, a pesar de ello, será un camino que no acabará nunca. Sólo la muerte, la ausencia de conciencia llega a marcar ese encuentro final con nosotros mismos.
En el largo camino de la vida, sólo los años te enseñan a conectar, a disfrutar de los pequeños hermosos momentos de la vida. Lo hablaba con una muy buena amiga luego de una eterna y exquisita charla en una también eterna tarde a puro ida y vuelta de un intercambio preciso y precioso de pareceres. Donde el ser catapultó al estar. Esto también es un lugar al que pertenecer: cuando aparecen Ángeles en tu vida que ayudan a encontrarse con uno mismo. En el centro, en el hogar. En tiempos revueltos, lo que la tecnología nunca será capaz de dar, lo espiritual, lo emocional siempre tendrá la respuesta.
Así es mi querido amigo, la respuesta siempre está en el Alma.
¡Correcto querida amiga! Abrazo de alma…