Este pasado domingo, cerré (como escoba) la carrera del Serrucho 25K, dentro del Trail del Serrucho 11, organizada por el Alalpardo Running Team, en el municipio de Alalpardo (Madrid). Un día invernal de los que a muchos corredores nos gusta disfrutar: frío, muy poco viento, sin lluvia y con una niebla que apenas se veía a 100 m. Esta edición contó con un terreno blando en general y con puntuales charcos de agua y/o barro, en el exigente recorrido de 25 kilómetros y que tiene un desnivel positivo de unos 446 m.
Se sube y baja todo el tiempo y pocos metros llanos hay para “descansar” las piernas. Hasta el km 14, fui junto a una chica que, por su dorsal, supe que se llamaba Eva. Iba muy concentrada en gestionar sus esfuerzos ya que volvía a un recorrido complejo luego de una lesión. Sólo eso supe de ella. Durante esos km, el respeto, el silencio. Acompañar a alguien también implica saber estar; comprender qué necesita la otra persona pero también qué no necesita. El paisaje y el silencio como testigos del aquí y ahora.
Luego de la quinta cuesta “seria” del recorrido, y entre la niebla, apareció Óscar. Eva empezó a distanciarse y me “acoplé” a este hombre que iba andando pero a un ritmo alto. Me presenté, le pregunté cómo iba y, a partir de ahí, fue conocer lo que implica la palabra superación. Siempre buscamos grandes referentes para hablar de ella y no está mal pero cuando lo compruebas en una persona anónima, del día a día, superarse cobra mayor importancia, otra dimensión; mayor sensibilidad.
Cuando nos quedaban ocho kilómetros para llegar a la meta, le comenté que, según el reglamento, teníamos tres horas para acabarla y le volví a preguntar cómo se sentía y, cual precisión de reloj suizo, me dijo muy convencido: “Sebas, según el ritmo que voy haciendo, llegaremos justo a las tres horas de carrera”. A partir de ahí, me empezó a contar su vida de la que sólo diré que hacía tres meses había salido de una operación y que esta era su prueba más dura y que quería acabarla. Toda norma tiene su espíritu.
Me quedé a su lado todo el tiempo. Por momentos al trote, otros andando. Nunca cobró más sentido aquello del aquí y ahora. Me hizo cambiar mi mentalidad y ahora mi reto era estar a su lado y ayudarlo a conseguir el suyo. Comencé a resaltar su actitud y compromiso. Fui realista al contarle las cuestas que faltaban pero que las íbamos a hacer sin más orgullo que el estar disfrutando del momento. Así fuimos, metro a metro, con algo de barro y descubriendo a una persona noble, sencilla, transparente.
Faltando dos kilómetros para llegar, todavía en el campo y divisando la llegada al pueblo, medio me abrazo, me cogió de una mano y me dijo que aquí comenzaba una amistad y me agradeció la motivación que le estaba dando. Óscar nunca comprenderá la lección que él me estaba dando a mí. Lo dejé entrar a meta solo y que disfrutara de su reto a, tan sólo, 40 segundos de cumplir las tres horas de carrera, según me había asegurado. Para mí, ya nada más importó. El día estaba hecho.
Me ha puesto el bello de punta…que bueno eso de saber acompañar en lo que el otro necesita y también en lo que no necesita, eso es coaching querido amigo, y tú si tener un título ya lo haces.
¡Gracias por tus palabras Ángeles! Se hace camino al andar… ¡Abrazo!