Nuestras emociones pueden alterar como percibimos la realidad. Miedo o temor a fracasar. Expectativas autoimpuestas demasiado elevadas. Asumir muchas responsabilidades. Esto puede llevar a no realizar ninguna acción. A no tomar decisiones. Debemos intentar descubrir y definir el por qué de esas reacciones, por momentos, desmedidas. Si no podemos hacerlo solos: buscar ayuda profesional.

Las raíces pueden ser muy profundas y, por lo tanto, complejas. Difíciles de trabajar pero no imposibles. Cada uno de nuestros comportamientos puede reemplazarse con otros nuevos. Hacerlo requiere de un esfuerzo importante. Hay que romper patrones, crear respuestas distintas (y creativas) y asentarlas. Tener paciencia y constancia para adquirir diferentes hábitos. Disciplina interna. Satisfacción por observar nuestro avance.

Canalizar los estados de ánimo de una persona es la llave para lograr desarrollarla y que alcance un grado de madurez que la lleve a lograr el éxito deseado tanto en su vida profesional como en la personal. Cuando hablamos de éxito no nos referimos a ganar mucho dinero o a bienes materiales. Nos focalizamos en esas metas que hacen que nos sintamos plenos y felices de la vida que estamos llevando. La que queremos llevar.

Los estados de ánimo vienen dados por cómo expresamos nuestras emociones. Limpiar la casa puede ser una tarea que nos frustre y ponga de mal humor. Esta misma tarea, realizada para el acontecimiento de una fiesta en nuestro hogar, puede hacer que la limpieza sea muy gratificante. Vamos a recibir amigos y queremos que esté todo impecable. Buscamos, de forma natural y sin complejos, querer agradar.

Cada persona tiene en su interior el poder de influir en el entorno emocional de su lugar de trabajo. Cuando hablamos de calidad en el espacio donde desarrollamos nuestra actividad diaria o de la productividad, la responsabilidad de quienes dirigen personas es capital. Administrar el entorno emocional en el trabajo puede hacer que simplemente mejore la vida laboral de quienes interactúan día a día.

Los comportamientos, en especial los de un líder (por ejemplo), ejercen un efecto directo sobre el rendimiento. Un jefe que se comporta de manera positiva genera lealtad en sus empleados. Por lo tanto, cuando éstos se sienten bien con su superior también se sienten bien con la empresa en la que trabajan y todos se benefician. En la (tantas veces) mencionada calidad de vida laboral, esto tiene muchísima importancia.

La productividad de los trabajadores aumenta cuando existe un contexto social alentador, positivo. Claro que no sólo con el concepto de inteligencia emocional es suficiente. El intelecto de las personas (y sobre todo de los líderes), está demostrado, es un componente fundamental para alcanzar los objetivos que nos propongamos. No todo puede quedar supeditado a esperar que, desde la empresa, aparezcan soluciones.

Nuestro comportamiento, que viene dado por una educación y cultura adquiridas, se trasformará en habilidades y competencias que, junto al desarrollo de nuestra inteligencia emocional, generarán el motor de nuestro éxito. Todo ello fortalecerá nuestro estado de ánimo. En tiempos complejos es fundamental mirar a nuestro interior y hacer consciente qué y cómo podemos mejorar.

Ganamos cada uno de nosotros. Sin egoísmos. Gana nuestro entorno.

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