Agosto ha estrenado sus primeros días y Lorena no comprende muy bien su realidad espacial. No ha tenido ni tiene a nadie en su familia y entorno con el coronavirus pero los efectos secundarios de esta pandemia los está sufriendo como millones de personas. ¿Cuántas historias que contar que, lejos de una infección, están dejando un vacío, una sensación de no saber dónde se está parado? Un peque de tres años, una niña de 11 y un marido que va y viene en su trabajo con un expediente de regulación de empleo temporal que nadie sabe explicar qué y cómo evolucionará. Ella, lleva 12 años en el mismo trabajo con una encontrada sensación de seguridad y hastío de compleja gestión. Seguridad porque se siente fuerte y productiva (sus estadísticas así lo avalan). Hastío por un ambiente tan tóxico como de rancias características.

Días de mal dormir y trabajar desde casa como se pueda. Un piso relativamente pequeño y con niños sin colegio, no es la mejor forma de llamar a esto teletrabajar. Algunas pastillas para conciliar el sueño por el presente y por deudas emocionales pasadas no resueltas, maquillan una realidad dura de llevar hora tras hora. Lorena, muy consciente de su realidad, un día, salió a la calle cuando no se podía. El confinamiento contaba unos 60 días y no aguantó más. Apenas a unos 300 metros de su casa, la Policía Municipal le preguntó si tenía autorización especial para salir y quebrada por su emoción reconoció que no. Amablemente fue invitada a volver a su casa. Eso hizo.

Su infancia, adolescencia y juventud estuvo plagada de comodidades materiales. Su infancia, adolescencia y juventud estuvo plagada de complejidades mentales. Un cóctel explosivo de difícil equilibrio siempre pero sobre todo en su vida adulta. Lleva muchos años con un especialista que le ayuda a encontrar respuestas. Lorena es inquieta intelectualmente. No le sobra. No le falta. Le gusta escuchar y ser escuchada. En un rapto de lucidez cuando entra en un bucle de autoconspiración, invoca a Dios, su familia y buenos amigos. Sabe que, a pesar de todo, tiene algo que la distingue: fortaleza mental. Te puede estar contando su drama pero cuando llega al final de su historia del día, ella misma tiene el interruptor para poder cambiar su relato y volver a levantarse.

Mientras su vida transita la mitad de su cuarta década, sabe que no está peor que otras miles de personas. Piensa que podemos ser héroes no sólo por un día y que mañana verá otro nuevo amanecer y volverá a agradecer por sus hijos, su marido, familia y amigos. Su fortaleza mental (duro entrenamiento de años muy complejos) es la respuesta a un tiempo de incertidumbre global. Pasará el verano y sabe que, según nos cuentan, la vuelta puede ser dura pero ella sigue creyendo que podemos ser héroes por un día… todos los días.

¡Hola! ¿Cómo puedo ayudarte?