A principios del siglo pasado, la esquizofrenia, locura o enfermedad estaban asociadas a toda cuestión que el ser humano no era capaz de comprender; no como lo hacemos hoy en día. Un poco por ignorancia, otro por los cánones de la época, otro por sociedades muy primitivas en temas de educación o ciencia. Visto desde nuestra época, es sencillo juzgar pero no se disponía de los avances que hoy tenemos. Existen muchos miedos a lo desconocido, a lo que no se puede comprender. Einar nació como hombre pero a medida que fue creciendo comprendió que dentro suyo vivía Lili. La interpretación de Eddie Redmayne (Londres, 1982) es soberbia.

Los miedos o dudas iniciales, lentamente, dieron paso a sentirse quien realmente le pedía su cuerpo, su alma. Tanto, que arriesga su vida convirtiéndose en la primera persona (conocida) en realizarse una operación de cambio de sexo. Advertida por su médico, Lili, decide emprender el camino que tendrá un final cercano debido a las complicaciones de la quinta operación que le habían realizado.

La película es romántica, hermosa en su interpretación general donde cada fotograma parece un cuadro. La cámara juega con planos cortos y largos pero de instantes suspendidos en el aire. Ahí, justo ahí, se observan verdaderas obras de arte. Sobre todo, porque la ambientación en Copenhague o París son dignas de cuadros pintados en siglos pasados.

La chica danesa (2015) es una potente historia, basada en la novela (The Danish Girl, 2000) de David Ebershoff (California, 1969), que nos muestra no sólo la vida de Lili, sino también nos hace reflexionar sobre cuántas personas viven atrapadas en pensamientos o formas de entender la vida y se sienten incomprendidas dentro de sociedades que piden a gritos cambios pero que temen salirse del sistema en el que vivimos.

Hablamos de Personas. De quienes tienen derecho a expresarse según se sienten y se atreven a mostrarse, sin aspavientos, sin prejuicios. Vivimos en sociedades que emiten juicios de valor hacia el diferente, el extraño, muy lejos de mirarse a sí mismas. Sociedades que están despertando a un profundo cambio de paradigmas y no todo el mundo entiende qué y cómo están ocurriendo esos cambios. Esto, más allá de la ignorancia individual (o quizá por ella), genera miedos.

“La época actual constituye uno de los momentos críticos en los que el pensamiento humano está en vías de transformación. En la base de esta última se hallan dos factores fundamentales. El primero es la destrucción de las creencias religiosas, políticas y sociales de las que derivan todos los elementos de nuestra civilización. El segundo, la creación de condiciones de existencia y de pensamiento completamente nuevas, engendradas por los modernos descubrimientos de las ciencias y de la industria”. Esta reflexión la realizó el sociólogo y físico francés Gustave Le Bon (1841-1931) en su obra La psicología de las masas (1895).

Le Bon fue contemporáneo de Lili Elbe (Vejle, Dinamarca; 1882 – Dresde, Alemania; 1931), la artista sobre la que basa su novela David Ebershoff. A 10 años de cumplirse un siglo de la muerte de Elbe y Le Bon, y gracias a la revolución digital que estamos viviendo, la decisión adulta de querer ser quien realmente deseas ser y el estudio sobre las conductas humanas están en el debate social más candente y profundo. Si nos dejamos arrastrar por quienes intentan apropiarse de este debate y llevarlo a sus intereses más viles, estaremos cometiendo un gran error como sociedad.

Es deseable un debate serio y sosegado, haciendo pedagogía para que, sobre todo, quienes no logran comprender el qué y cómo de cambios tan intensos, puedan asimilarlos sin miedos y rechazos sociales; allí donde la empatía y la asertividad no llegan aún. Quienes reclaman justos derechos, deben hacer un sano ejercicio de paciencia para ser comprendidos. Quienes no comprenden, tienen la obligación de no mirar hacia otro lado y asumir, con madurez, que los tiempos están cambiando y respetar (aunque no estén de acuerdo) estos nuevos paradigmas en la imparable evolución del ser humano.

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