El individuo se constituye a través de la interacción sociocultural. El maestro es un mediador que guiará al alumno para que éste desarrolle al máximo sus capacidades cognitivas. En palabras de Lev Vygotski (Bielorrusia 1896 – 1934): “Para comprender el lenguaje de los otros no es suficiente comprender las palabras; es necesario entender su pensamiento”.

La escuela debe ser el órgano donde las futuras generaciones desarrollen estas aptitudes. Si no logramos entender esto y pelear por ello, la educación no recibida postrará a muchas generaciones. Es una tarea de todos: padres, educadores y alumnos. La tecnología está acortando pasos de forma muy brusca y la evolución de la especie es imparable pero debemos plantearnos cómo es el compromiso que estamos generando de cara al futuro.

Todos, en nuestro ámbito particular, tenemos la obligación moral de educar en valores. Si dimitimos de ello estamos condenando a las futuras generaciones (y a nosotros mismos) al ostracismo social. Una cosa es la revolución digital en la que estamos sumergidos y que nos da la sensación de evolución y otra, muy distinta, es aceptar (de forma muy indirecta) una alarmante falta de interacción sociocultural producida por lo que nos deja la definición de lo que significa la psicología:

“Es la ciencia que estudia la conducta de los individuos y sus procesos mentales, incluyendo los procesos internos de los individuos y las influencias que se producen en su entorno físico y social”. Esta definición es la conclusión a la que llegan autores como María Teresa Sanz Aparicio, Francisco Javier Menéndez Balaña, María del Prado Rivero Expósito y Montserrat Conde Pastor en su libro Psicología de la Motivación. La matización de los autores es que, salvando la palabra ciencia (deben existir unas investigaciones y conclusiones a través de un método), todos experimentamos la conducta de otras personas que se producen en los entornos físicos y sociales donde nos vinculamos.

En tiempos de pandemia se ha perdido la interacción social como la conocíamos y esto ha afectado (y lo sigue haciendo) a tantísima gente que, a pesar de cierto relajamiento, tiene al miedo como compañero de viaje. Los hay, más intrépidos, que no saben de temores y han vuelto al camino de la normalidad conocida hasta marzo de 2020. Son tiempos revueltos y con noticias apocalípticas por donde se mire. Hay incertidumbre por doquier y la falta de liderazgo es alarmante.

Sin embargo, todo esto, que puede ser demoledoramente desmotivador, no es la primera vez que juega un papel clave en la supervivencia de la especie humana. Si hacemos un repaso profundo de los grandes acontecimientos de la historia, observaremos que, de una u otra forma, también se han vivido épocas de compleja realidad. Sólo que, hoy por hoy, somos los protagonistas y que, como se suele decir en ventas, resultados pasados, no garantizan resultados futuros. O sea, caminante no hay camino, se hace camino al andar. Nos toca transitar tiempos turbulentos.

Entender el pensamiento del otro se logra en la interacción social; libre de miedos y prejuicios. La educación y los valores no pueden ser negociados si queremos sociedades más justas. Lo contrario es entregarnos a los espejos de colores que la digitalización ciegamente nos obsequia. Bienvenida ésta para aportarnos en nuestra calidad de vida pero, como en todo, los excesos tienen su efecto perverso y escapar de ellos se antoja una misión imposible. Es bueno que lo recordemos para que, mientras hacemos camino en esta era ambigua, no nos desviemos como individuos y como sociedad, hacia tierras no deseadas. Todo un reto de vida diario.

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