El pasado martes 24 de agosto, conocimos el fallecimiento de Charles Robert Watts, más conocido como Charlie Watts, batería de los británicos Rolling Stones. Había nacido en la misma ciudad que lo vio irse, Londres, un dos de junio de 1941. A los 80 años se bajó de la maquinaria de rock más grande que ha dado la música en toda su historia. Hablas de los Stones y nada pasa desapercibido. Tuve la oportunidad de verlos en más de cinco ocasiones y aquello es de esos espectáculos que, no sólo no puedes dejar de ver en tu vida, sino que genera adicción. Siempre quieres volver a verlos.
Existen diversos factores de por qué las personas somos como somos pero sostener una coherencia de comportamiento, entre tanto “rock and roll”, nos revela un personaje con una claridad de ideas que Jagger y Richards han certificado por activa y por pasiva. Por todos es sabido que cuando estos dos colosos chocaban, Watts era quien mediaba para que el río no sonara más fuerte. Charlie era la elegancia del segundo plano. Ese líder que hace maravillas con el papel que quiere jugar pero que también supo “gestionar” los egos de sus colegas. Fue la calma en la tormenta Stone.
Se le atribuye a Lao Tse: “El mejor líder es el que apenas se hace notar, no aquel al que la gente obedece y aclama, ni al que todos desprecian. El buen líder habla poco, y cuando ha concluido su trabajo y alcanzado su propósito, la gente dirá: lo hicimos nosotros”. Los Rolling Stones continuarán girando y grabando pero ya nada será igual sin el motor que marcaba los tiempos desde sus apasionados golpeteos a su batería y con un contundente estilo jazzístico. Sólo una figura como él podía introducir su personalidad en una maquinaria infernal del mejor rock and roll de todos los tiempos.
En un mundo ambiguo, complejo, incierto y volátil, una serie de valores individuales, universales e intemporales son cada vez más demandados. Decía José Ortega y Gasset: “Para dirigir a los demás, es requisito indispensable imperar sobre usted mismo”. Liderarse para liderar. Cuando hablamos de esas personas públicas que han marcado un camino, surgen las figuras de Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Teresa de Calcuta. También las hay que aparecen en un segundo plano, siendo su aporte igual o superior que quienes (queriendo o no) están marcados por la popularidad.
Charlie Watts estaba entre quienes eligieron estar un paso atrás pero marcando el ritmo. Dijo Abraham Lincoln aquello de que “no se puede ayudar a los hombres haciendo permanentemente por ellos lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos”. Watts, un verdadero caballero inglés, tuvo suficiente personalidad para “hacer” por sí mismo. En tiempos donde la educación en valores, la coherencia, la constancia y el esfuerzo por lograr un propósito en la vida parecen estar en desuso, viene a cuento una pregunta (dentro del contexto de la lectura) del imprescindible En busca de la excelencia de Thomas Peters y Robert Waterman Jr.: “¿Son estos hombres y mujeres los trabajadores del mundo? ¿O estamos en una inmensa guardería poblada sólo de niños y niñas que juegan, gimotean, se pegan, ríen y alborotan?”
En ocasiones, las enseñanzas hay que saber “obsérvalas”. Charlie Watts nos trajo hasta aquí, por el camino del liderazgo sencillo y silencioso; de la excelencia en valores.