La palabra elegancia se ve definida (en su segunda acepción), por la Real Academia Española, como la “forma bella de expresar los pensamientos”. Si esto es así, Roger Federer nos ha mostrado qué y cómo piensa desde, por lo menos, 1998 cuando accedió al circuito profesional de tenis. Este suizo, nacido en Basilea el sábado ocho de agosto de 1981, ha derrochado plasticidad, técnica, amabilidad y caballerosidad allí por las pistas donde ha dejado su impronta ganadora. Reconocido y querido por todos.

Entre sus títulos, estadísticas y récords llenaríamos párrafos y párrafos que reflejan su ambición deportiva. Desde ese niño sin capacidad de autocontrol cuando era junior hasta llegar a ganar 20 Grand Slams o una Copa Davis (2014) por citar algo ante abrumadora cantidad de trofeos levantados en 24 años de profesionalismo deportivo. Este jueves 15 de septiembre, Roger, ha dicho adiós al tenis con mayúsculas. Cuando hablamos de una leyenda, él tiene bien merecida esta calificación.

Más de 1.500 partidos. 41 años. Los últimos tres, las lesiones y cirugías, no le han permitido disfrutar de su pasión. Su cuerpo, las exigencias y los límites lo han llevado a tomar esta decisión, en sus propias palabras, “agridulce”. Se despide sin tanta fanfarria. Sencillo. Como una muestra más de agradecimiento por lo que este fantástico deporte le ha dado: amigos, rivales y la admiración de cientos de miles de seguidores. La vida es mucho mejor y se celebra más cuando has disfrutado su talento descomunal.

Un hombre educado. No se le conocen exabruptos durante su carrera. Ni una palabra de más. Podría caer en la tentación de hablar de valores, talento, esfuerzo o superación y, aun así, lo haré. Estamos necesitados de personas que inspiren virtud, carácter y felicidad; que tengan una vida emocionalmente inteligente. Autogobernarse. Sólo así aparece la sabiduría que nos lleva a tener mejores pensamientos, valores y una vida afectiva propia que también es social, cívica, de la calle en el día a día.

De ese niño que rompía raquetas a este adulto que rompe récords. En la vida personal y profesional, según la educación recibida (individual, familiar o social), oscilamos y desfilamos por diversos estadios emocionales. ¿Qué podemos contemplar o entender para aspirar a la superación personal? Lo primero: identificar nuestros sentimientos para poder expresarlos haciendo consciente la intensidad de estos. ¿No sabemos cómo comenzar, cómo hacerlo solos? Podemos (y debemos, ¿por qué no?) pedir ayuda.

El tenis enseña, como deporte individual, a controlar los sentimientos; esto, a su vez, lleva a demorar la gratificación (la inmediatez de creer que ya lo tengo ganado; una trampa mental). Es verdad que no todos logran controlar sus impulsos pero Roger nos ha mostrado como la procesión puede ir por dentro y no exteriorizar la frustración, la ira, el miedo, la tristeza. Quizá, así, logremos reducir el estrés: conociendo la diferencia entre nuestros sentimientos y las acciones que pueden derivar de ellos. Buenas y malas.

¿Cómo habrá sido el diálogo interno de Roger Federer ante situaciones limites en la alta competencia? ¿Cómo es nuestro diálogo interno? Saber leer e interpretar lo que ocurre, comprender otros puntos de vista y las normas de conducta que nos rigen para mantener una actitud positiva ante la vida. Como este gran referente que hoy dice adiós al tenis profesional, la conciencia de uno mismo puede llevarnos a desarrollar esperanzas realistas sobre cada uno de nosotros. Es la elegancia del tenis y de la vida.

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