En 2013, Valentín Fuster, publicó “El círculo de la motivación”. Nacido en Cardona (Barcelona), un 20 de enero de 1943, este cardiólogo español (radicado en EE.UU.), nos ayuda a interpretar, desde su dilatada y exitosa trayectoria, cómo la motivación tiene cuatro tramos esenciales para comprender el por qué nos pasa lo que nos pasa y descubrir el para qué hacemos lo que hacemos. La motivación afecta a nuestro estado de ánimo y conocer el “cómo” siempre nos acercará a muchas respuestas.
La percepción que tengamos del mundo, de nuestra realidad está marcada por la educación recibida, el entorno donde hemos crecido y esa experiencia que vamos acumulando en concordancia con las decisiones que tomamos. Todo esto tiene cuatro estadios que, de forma “circular”, van apareciendo a lo largo de nuestro camino. Se retroalimentan la satisfacción, la pasividad, la motivación y la frustración. Indefectiblemente pasamos por ellas durante nuestra existencia.
De forma consciente aunque, sin un trabajo de introspección, también de forma inconsciente, la búsqueda constante de la motivación puede derivar en la frustración. Cuando tenemos unos objetivos marcados (personales o profesionales) y estos son realistas y alcanzables, la motivación nos lleva a esforzarnos, a ser disciplinados y constantes para lograrlos. Y esto debe convertirse en un hábito de vida. Hablamos incluso de objetivos sencillos pero que nos generen satisfacción.
Esta satisfacción es la consecuencia de ser coherentes con unos valores y principios para cuidar nuestro estado emocional y vínculo con los demás. Sin ello, la posibilidad de una vida vacía golpeará nuestras puertas. Pero esa satisfacción no es eterna. Si entramos en cierta pasividad, cierta apatía, aparecerá esa temible zona de confort dónde nada nos reta o motiva. ¿Qué papel juega el mundo virtual en ello? La excitación de evadirse en la digitalización, ¿cómo se compensa con la vida real?
Es aquí donde la frustración puede hacer acto de presencia. En cualquier otro momento de la historia pero, sobre todo, en este mundo híbrido, no interpretar correctamente lo virtual de lo real puede llevarnos a la frustración. Ésta, dilatada en el tiempo, nos lleva a la ansiedad, el estrés o la depresión. La gestión de las emociones es fundamental en nuestro desarrollo. Otra vez, la inteligencia emocional, esa introspección necesaria nos puede aportar respuestas. Un viaje, en ocasiones, duro pero ineludible.
¿Cómo podemos “trabajarnos” para ello? Fuster, nos da algunas pistas para alcanzar una maduración personal que nos acompañe durante nuestra vida pero que, es un hecho, debemos reforzar día a día. La primera pista: buscar tiempo para la reflexión personal, introspectiva. ¿En serio no nos podemos permitir 30 minutos al día? La segunda: descubrir nuestro propio talento. ¿En qué somos buenos? ¿Qué se nos da bien? Reforzar nuestras fortalezas nos aportará confianza y seguridad.
Tercera pista: transmitir optimismo. La historia de la humanidad está llena de acontecimientos oscuros, inciertos, volátiles y complejos. Eso hemos ido aprendiendo y cuando lo normalizamos, caemos en pensamientos derrotistas con nosotros mismos. No estamos en la peor época de la historia de la humanidad, ni mucho menos. Cuarta pista: ejercer la tutoría. ¿Cómo es mi compromiso con los demás? ¿Aporto, sin egos, ni esperar nada a cambio? ¿Escucho sin aleccionar? ¿Juzgo sin comprender?
Por lo tanto, la esencia de la motivación intrínseca tiene que ver con tener una actitud positiva, con aceptarnos como somos (buscando siempre nuestra mejor versión), siendo auténticos (coherencia y compromiso) y practicando el altruismo. Una actitud positiva ante los problemas, aceptando las circunstancias y siendo auténticos, nos permitirá tener la voluntad de dar (sin esperar nada a cambio). Esta generosidad de vida nos aportará satisfacción, que no es eterna pero que nos marcará el camino deseado.