Desde que Daniel Goleman introdujera (o popularizara a través de su obra de 1995) el término “Inteligencia emocional”, buscamos darle mucha importancia al placer, a tener una mejor calidad de vida; mental y física. En lo profesional y lo personal. La conjugación de estos conceptos, llevados a la práctica, busca encontrar un equilibrio, en estos nuevos tiempos de vértigo tecnológico, sobre cómo vivir una vida más digna, más plena, más vital. Que duda cabe que la pandemia que estamos protagonizando nos tiene más alerta sobre dichos temas que son clave para superar crisis individuales y colectivas. Todo aporta.
¿Y el esfuerzo? Cuando hablamos de inteligencia emocional hay que tener cuidado con el mensaje que se transmite. Entrenar nuestro cerebro es clave, pero el esfuerzo y la voluntad (aquello que tanto nos transmitieron nuestros abuelos y padres) son fundamentales en cualquier proyecto. Si no tenemos capacidad de esfuerzo, fuerza de voluntad ni espíritu de sacrificio, podemos quedar a expensas de nuestro entorno y no a lo que realmente deseamos.
También se pueden adquirir estas capacidades. Hay que aprender a esforzarse e integrarlo con el disfrute. Si logramos fusionar esos dos valores, en todos los ámbitos, tendremos un potencial increíble para seguir aprendiendo y desarrollándonos.
Llegar a una determinada edad y con una acumulada experiencia ha sido siempre sinónimo de respeto, conocimiento y sabiduría. Cuando hay que tomar decisiones, escuchar o gestionar, las voces de la experiencia son requeridas.
Ha sido siempre así y seguirá siendo pero con una matización que la tecnología y la neurociencia nos están obligando a asumir: la continua formación. Hay nuevas formas de gestionar porque hay nuevos conocimientos que aplicar.
Dentro de las empresas, y quienes la componen, están casi obligados a renovarse constantemente. Las formas de entender las relaciones personales en tiempos de cambios son complejas y cómo se hacen negocios también.
La relación con los clientes cada vez tiene más aristas. Conocer el producto, el servicio, nuestros colaboradores es sencillamente imprescindible. Tener empleados motivados y comprometidos es una cuestión indiscutible.
Todo esto debe estar planificado e incluido en la formación que cada empresa debe comprometerse a dar a sus empleados. Esta fase es fundamental para ser competitivos y tener a los mejores. Como empresa puedes asumirlo y ponerlo en práctica. Como empleado o colaborador también. Esta puede ser parte de la diferencia entre sobrevivir o no en el mundo actual. Cada uno elige. Formarse o conformarse. Invertir o no.
Buscar un equilibro, entonces, entre la inteligencia emocional, el esfuerzo, los valores y la formación continua (sea colectiva o individual), son elementos ineludibles dentro y fuera de nuestras organizaciones. Queda mucho camino por andar, sobre todo en nuestras empresas. Todos estos nuevos conceptos son muy “jóvenes” dentro de nuestras vidas; llevamos pocas décadas con ellos y observamos cómo cuesta implementarlos de forma global en las empresas y con según qué culturas. Nadie escapa a la realidad diaria de cada organización.
La buena noticia es que se está trabajando en ello y que, cada vez más, somos conscientes de los cambios necesarios para tener empresas más saludables. La importancia de la formación continua, hoy por hoy, incluye hasta una forma saludable de alimentación. Impensable hace varios años atrás. Aunque no a la velocidad que quisiéramos (la tecnología nos hace creer que se pueden obtener resultados inmediatos con nuestro cuerpo y mente), seguimos evolucionando.