¿Qué tienen que ver la formación, la pandemia y las personas? Cuando hablamos de formación, no debemos olvidar que los profesionales que nos dedicamos a esta tarea, más allá de lo técnico que pueda tener un producto o servicio, debemos focalizarnos en el desarrollo de los participantes como personas y su relación con el fin para el cual se realiza la acción formativa. Los objetivos siempre deben estar orientados a desarrollar a las personas que, finalmente, serán las que, desde la motivación y el compromiso, traduzcan su saber hacer en la productividad necesaria para el funcionamiento de una organización.
Vivimos una situación excepcional. La pandemia lo es. Su duración sigue siendo incierta y, según leemos y escuchamos a los especialistas, ésta convivirá con nosotros hasta que normalicemos dicha “convivencia” (menos dramática, por supuesto). Esta crisis pasará dejando un lastre difícil de contemplar por mucho que se teorice. Estamos ante un verdadero Cisne Negro (no ahora pero sí cuando comenzó) y de proporciones mundiales. Así como la transformación digital que estamos viviendo, desde hace un par de décadas, nos está obligando a la constante actualización y adaptación, esta pandemia acorta vertiginosamente los tiempos para encontrar respuestas; en lo personal, en lo social y en lo laboral. Es un gran reto para la humanidad. Es el tiempo que nos toca vivir.
Llegar a una determinada edad y con una acumulada experiencia ha sido siempre sinónimo de respeto, conocimiento y sabiduría. Cuando hay que tomar decisiones, escuchar o gestionar, las voces de la experiencia son requeridas. Ha sido siempre así y seguirá siendo pero con una matización que la tecnología y la neurociencia nos están obligando a asumir: la continua formación. Hay nuevas formas de gestionar porque hay nuevos conocimientos que aplicar.
Dentro de las empresas, y quienes la componen, están casi obligados a renovarse constantemente. Las formas de entender las relaciones personales en tiempos de cambios son complejas y cómo se hacen negocios también. La relación con los clientes cada vez tiene más aristas. Conocer el producto, el servicio, a nuestros colaboradores es sencillamente imprescindible. Tener empleados motivados y comprometidos es una cuestión indiscutible.
Todo esto debe estar planificado e incluido en la formación que cada empresa debe comprometerse a dar a sus empleados. Esta fase es fundamental para ser competitivos y tener (o retener) a los mejores. Como empresa puedes asumirlo y ponerlo en práctica. Como empleado o colaborador también. Esta puede ser parte de la diferencia entre mejorar o quedarse estancado y no acceder a mejores oportunidades de desarrollo profesional. Cada uno elige. Formarse o conformarse. Invertir o no.
Llegados a este punto, me gustaría incluir a la creatividad. Todos somos creativos. Desde niños. Ocurre que la vida adulta nos limita. Las excusas nos limitan. La creatividad es cambio. Es esfuerzo. Es trabajo. Es leer. Estar informados. Es jugar. Es permitirse el error; la equivocación. Es construir algo para mejorar lo existente. Es dejar salir lo viejo para que entre lo nuevo. Es conflicto. Es aplicar ideas de un sitio y usarlas en otro distinto. Cada uno de nosotros es único y con experiencias únicas. Es darse permiso para ser.
Hoy, más que nunca, podemos apelar a esa famosa frase que se le atribuye a Henry Ford (1863-1947, Michigan, EE.UU.), empresario fundador de Ford Motor Company: “Sólo hay algo más caro que formar a las personas y que se marchen, y es no formarlas y que se queden”. Con o sin incertidumbre, con o sin crisis (del estilo que sea), la formación (de la mano de la creatividad) es sinónimo de evolución.