La vida siempre nos pone a prueba. Todo el tiempo. A cada instante estamos tomando decisiones. Algunas son acertadas; otras no. Pero lo importante es, sabiendo que hay que hacerlo, tomarlas. No tomar decisiones implica estar decidiendo no hacer nada y, esto, también trae consecuencias; quizá no en el corto plazo pero el medio y el largo, nos estarán esperando. Sólo se equivoca quien toma decisiones.

Hay que evaluar muchos aspectos propios y de nuestro entorno. En la gran mayoría de las veces, decidir implica gestionar mucha información que no todo el mundo tiene o puede obtener. Cuando se llega a este punto, irrumpe la soledad. Uno está solo. Todo lo que hay alrededor no existe. No puede existir. En lo personal o en lo profesional, por mucho apoyo que haya, tú estás solo en ese momento.

Cuando un cliente se quiebra delante tuyo, la responsabilidad es mayúscula. La soledad del poder. La soledad más absoluta. Sabes que no gustará a todo el mundo pero hay que hacerlo. Se puede mostrar una imagen fría. Puede ser una situación tensa y dolorosa pero, en el día a día personal y profesional, hay que pasar a la acción. Tomar decisiones implica encontrar un equilibrio (casi absoluto) entre la razón y la emoción.

Quién lo hace, no suele dar con las palabras justas. Posteriormente suele aparecer un período de dudas. ¡No está mal reflexionar! Aprendemos, nos equivocamos y volvemos a tomar decisiones; cada vez más asertivas. Cuando tienes delante tuyo a una persona, que más allá de su posición, tiene la cara desencajada, la escucha activa, la empatía y la asertividad son claves para lograr conectar.

Son momentos complejos. Existen técnicas para trabajar estos momentos pero es la experiencia quien marca el camino. Puedes tener una hoja de ruta pero cada persona es un mundo y hay que estar preparados para cualquier reacción. El mundo personal y profesional van de la mano. La soledad, en estos casos, suele ser un enemigo de quienes tienen responsabilidades. Hay que aprender a convivir con ella.

El trabajo de comercial como el de formador tienen un denominado común: las personas. Se podrá decir que otros también pero un profesional de la venta, más allá de querer ganar dinero, valora enormemente ayudar a su cliente a lograr sus objetivos. Un formador quiere aportar a unos participantes para su evolución; a desarrollarlos para que puedan desenvolverse como mejores profesionales y personas.

Pero, sin ninguna duda, hay un nexo mucho más fuerte, más potente y es la búsqueda de la mejora de la vida de las personas. Sólo el hecho de constatar cómo hemos podido llegar a una sola persona y haberle aportado para que pase a la acción y que un tema que tenía atascado (por miedos varios y sus derivados), vea la luz, sólo por eso, habremos tenido éxito. Ese que se palpa en una sonrisa; en su comunicación no verbal.

La soledad de decidir puede ser positiva o demoledora. Un comercial pasa muchas horas solo y ayuda a tomar decisiones a sus clientes. Un formador está “solo” ante los participantes y aporta en el crecimiento de estos. En ocasiones se puede expresar en palabras; en otras, no. Lo que sí está claro es la inmensa gratificación intrínseca que se experimenta cuando, desde la soledad, brota el altruismo profesional.

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