Caleta de Famara es una pequeña localidad ubicada en la costa oeste de Lanzarote. Más bien al norte de esta isla volcánica. Como es fiel al paisaje lanzaroteño, sus casas bajas y blancas, dan lugar a una playa extensa donde el surf manda y el viento no descansa nunca. Se podría decir que es un buen sitio donde perderse. No por el anonimato, aunque tampoco es sencillo explicar el motivo.
Carmen necesitaba desconectar varios días de su rutina en la península y, al azar, encontró, previamente, una localidad llamada Punta Mujeres en la costa este. Le llamó la atención y comenzó a preparar su viaje casi sin quererlo. Sólo sabía que necesitaba descansar. El lugar era importante pero, en última instancia, no sería un problema o una condición que se había impuesto.
En su primer día, cogió el coche que había alquilado y, sin pensar ni mapas virtuales, intuyó el camino hacia el lado opuesto de la isla. No sabrá explicar por qué llegó a La Caleta pero tuvo algo muy claro: pasaría el resto de sus días de vacaciones allí. Volvió a Punta Mujeres, canceló su estancia y no se arrepentiría. Carmen es así. Un espíritu “casi” libre que no entiende de ataduras. ¿Emocional? ¿Impulsiva? ¿Temperamental? Eso, consideraba, es un problema de los demás.
En uno de sus tantos paseos, en la parte alta de la urbanización Famara, observó (y comprendió) la respuesta a su decisión del cambio de “residencia” vacacional. Como si se tratara de una postal, ésta, le devolvió un suspiro y una sonrisa nostálgica de una época de su vida que sólo quedará en su mente. Fue fugaz pero comprendió que ese recuerdo había madurado y ya no le significaba un problema.
Era la primera vez que iba a Lanzarote pero la similitud de esa imagen, la había transportado a otro lugar en el tiempo donde, casi con seguridad, no había sido de su agrado; no por el lugar, sí por las vivencias. Llevaba mucho tiempo comprometida consigo misma en superarse y fortalecer su mente y, justo allí, con esa estampa delante de su mirada que se perdía en la inmensidad del Atlántico, confirmó que había madurado ciertas vivencias que sólo estaban en su intimidad.
De repente, parte de su vida fue una postal. Esa misma imagen que le arrancó una sonrisa cómplice consigo misma. Esa misma sonrisa que le estaba mostrando como, con mucho tiempo, esfuerzo, constancia y paciencia, había logrado aprender a gestionar emociones tan profundas que ya no volvieron a aparecer y que fueron desplazadas por algo superior: paz interior.
Por fin comprendió que, cuando tomamos el control de nuestras vidas, desaparecen los miedos inculcados gracias a unas creencias limitantes que, desde ese momento, ya no fueron de ella. En La Caleta, Carmen empezó a ser coherente con sus acciones, fuertemente sostenidas por sus pensamientos y no por lo que otros esperaban que ella fuera. La vida en una postal. Su maduración había alcanzado una nueva y poderosa fase: ser ella misma, sin importar lo que los demás digan. Tan sencillo; tan complejo.