Un equipo de trabajo no implica sólo tener a un líder que guíe hacia el éxito a sus integrantes. Por supuesto que el objetivo debe ser alcanzar unas metas propuestas pero, más allá de esto, el que haya personas con diversos perfiles y orientadas a un mismo fin, hará más enriquecedor a cada individuo restante. Si un equipo tiene un concepto uniforme de actuación, no sólo puede terminar siendo monótono y sin compromiso, sino que los resultados estarán a la altura de lo proyectado en cada caso.

Entonces, ¿prima lo individual o lo colectivo? Un equipo siempre será más fuerte y potente que las individualidades. Depende también del proyecto. En ocasiones podemos necesitar la fuerza, creatividad, ingenio, estrategia o disciplina de una o varias personas que, estando al servicio del equipo, deben sobresalir para alcanzar un determinado objetivo. Por ello, el liderazgo compartido. Pretender que una sola persona lidere un proyecto, hoy por hoy, no es realista en un mundo incierto y complejo.

¿Cómo podemos desarrollar a esas personas para que puedan aportar desde su propio liderazgo? Aprender a ser pacientes, a reforzar nuestro autocontrol. Un libro que me regaló una querida amiga, se titula “Zen en el arte del tiro con arco” (1953) del filósofo alemán Eugen Herrigel quien nos regala: “Para alcanzar la maestría en un arte no basta conocimiento técnico. Uno debe trascender la técnica de manera que el dominio se convierta en un “arte sin sacrificio” y emane directamente de lo inconsciente”.

Otra característica fundamental, a la hora de desarrollar personas, es la de comprender y hacer consciente la actitud de aprender de todo, de todos y cualquier lugar que estemos. Al igual que nuestro entrenamiento diario y la práctica de lo que nos genera plenitud, nos conducen a ser disciplinados con nuestra vida y objetivos. Esto, de forma directa, se traduce a lo profesional. Por ello un equipo no se puede formar de la noche a la mañana; requiere paciencia, aprendizaje, entrenamiento, práctica y disciplina.

No se puede liderar si no nos lideramos a nosotros mismos. Conocernos implica mirarnos al espejo y descubrir nuestras debilidades. ¿Cómo podemos trabajarlas? ¿Cómo podemos eliminarlas? ¿Buscamos ayuda? ¿Pedimos feedback? Otra característica esencial es la de adaptarse a las circunstancias. Ser flexibles mentalmente; comprender que las cosas pueden mutar y que no nos encuentren en modo rígido e inmóvil. También ser agradecidos es elemental para el liderazgo compartido.

La disciplina es el conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado, según Oxford Languages. Si esto es así, todo lo expuesto debe conducirnos a ser mejores personas y profesionales. Practicado dentro de un equipo, mejora la comunicación, somos más flexibles, aparece la creatividad, se fomenta el aprendizaje, somos más empáticos y se revela la ética sobre unos principios sólidos construidos entre todos. La resolución de conflictos se minimiza.

Ahora, ¿cómo es la realidad de las empresas? ¿Seguimos dependiendo de una estructura que duda, que no asume riesgos, que no delega por miedos o que asigna en una sola persona la responsabilidad de un equipo de trabajo? ¿Los de arriba son los líderes y los de abajo deben seguirles? El liderazgo compartido no es nada sencillo y debe trabajarse diariamente. Queda mucho camino por recorrer en la educación del liderazgo compartido. La buena noticia es que, cada vez, lo hacemos más consciente.

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