Steven Spielberg nos regala una lección de historia. Daniel Day-Lewis, de actuación. Lincoln (2012) es una película imprescindible para comprender los cimientos del ser estadounidense. 144 minutos que cautivan con diálogos que monopolizan la atención como si de una escena teatral se tratara. Hay profundidad. Hay recuerdos de discursos y citas de Abraham Lincoln (Kentucky, 1809 – Washington D.C., 1865). “Un estado en el que coexisten la libertad y la esclavitud no puede perdurar”, sentenció.

En un entorno complejo, con la Guerra de Secesión y la 13ª Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos como protagonistas de la historia que le tocó vivir, el decimosexto presidente estadounidense muestra una serie de herramientas de liderazgo que pueden ponerse como ejemplo unos 150 años después. Entonces, si hablamos de liderazgo, nos regala: “Casi todos podemos soportar la adversidad pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”.

La convicción de luchar por unos valores, teniendo, incluso, a hombres del propio Partido Republicano en su contra. Dentro de la lucha de poder que encierra todo sistema en su más alta esfera, Lincoln supo imponerse. Ello supuso pagarlo con su propia vida. Obviamente, hablamos de una época crucial y donde las tomas de decisiones conllevaban este riesgo. “La más estricta justicia no creo que sea siempre la mejor política”, llegó a decir este abogado que ejerció en Illinois.

La sabiduría de un hombre sin mucha formación pero con un criterio lógico de los problemas a resolver en circunstancias dramáticas. La paciencia para controlar un entorno de extrema tensión para tomar decisiones en mitad de una guerra civil y la aprobación de una ley capital. Aquí se refleja parte de lo que un líder debe tener: la capacidad de educar y facilitar, animar a un hábito en desuso, el pensamiento crítico. El arte de pensar por cuenta propia. Tan necesario para el desarrollo personal.

Sus discursos (el de Gettysburg es un ejemplo) y oratoria llegaron a todos: soldados blancos, negros, ciudadanos de a pie, políticos. Difícil época donde los negros y la mujer no tenían lugar en la sociedad civil. Mucho menos, claro está, esa sociedad negra bajo el yugo de la esclavitud. La gestión de todo esto, como más adelante en el tiempo afirmara Ortega y Gasset, requiere el imperio de uno mismo, como requisito indispensable, para dirigir a los demás.

Frases que suenan muy actuales, que no han perdido vigencia en nuestro mundo occidental: “La lucha y desesperación por conseguir un empleo público, buscando una forma de vivir sin trabajar, probará finalmente la fortaleza de nuestras instituciones”. Convicciones, lucha por una causa, hombre de Estado, valores, liderazgo, paciencia, sabiduría; son algunos atributos de un hombre que entró en la historia grande de los Estados Unidos pero que se mira como un ejemplo mundial.

En el imprescindible libro “El mito del líder”, Santiago Álvarez de Mon, nos devuelve, tan cerca, tan lejos, a Sócrates: “He sido condenado no por falta de palabras, sino por atrevimiento y desvergüenza; por negarme a deciros lo que tanto os gusta escuchar; por no lamentarme, llorar o hacer y decir muchas cosas indignas de mí, como antes señalaba y que soléis oír a otros”. Matiza Álvarez de Mon: “Palabras viejas y nuevas, portadoras de eterno duelo entre la libertad y la tiranía”. El liderazgo exige valor y coraje.

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