En ventas, hay algo que es incontestable. Más allá de cientos de consideraciones, la actividad que realiza un profesional definirá sus resultados en el medio y largo plazo. Sin actividad (cantidad y calidad), el corto se convierte en una sentencia de muerte. Hacerse trampas al solitario habla de la mediocridad de la persona. Como suele decir Toni Nadal (tío y exentrenador de Rafa): “Nunca una excusa nos hizo ganar un partido”. El camino es largo y una situación compleja (contexto incluido) debe invitarnos a seguir avanzando.
Nuestro corto placismo nos lleva a creer que vivimos en la peor época posible de la historia de la humanidad. Por tomar como referencia la crisis del sector inmobiliario, allá por 2007/2008, estamos instalados en una montaña rusa y no parece que ésta se estabilice en los próximos dos años. Mirar más lejos es una temeridad. Los indicadores, a nivel macro, muestran mucha complejidad. A nivel micro, (nuestro país, nuestras empresas) el reto es llegar “vivos” a diciembre.
I.P.C., inflación, precio del dinero, subidas de tipos, más impuestos, pocos préstamos, sectores hundidos y un largo etcétera… ¿Ya está? ¿Cerramos el chiringuito, entonces? ¿Se acabó todo? ¿Nos damos por vencidos? Rendirse nunca es una opción. Anoche, vi el partido de Rafa Nadal ante el canadiense Denis Shapovalov. Un primer juego ilusionante (6-1 a favor del español) pero luego, esa lesión crónica que arrastra, hizo acto de presencia de forma notoria. Rafa acusó el dolor y nada fue como esperábamos.
El Masters 1.000 de Roma decía adiós, en la segunda ronda, al de Manacor. “No estoy lesionado. Soy un jugador que vive con una lesión constante”, subrayaba en la conferencia de prensa pospartido. A partir del segundo juego, nos dolía ver a Rafa “sufrir” el partido. Cualquier jugador “normal” se hubiera retirado. El orgullo del mallorquín pone a un ser humano convencional en ridículo. Por eso, es quien es y lo admiramos. Sé que no voy a ser Rafael Nadal Parera pero quiero hacer mía su actitud.
La historia de nuestra especie ha estado marcada por la evolución y adaptación constante a pesar de las amenazas de nuestra existencia en este mundo del que tenemos la pretensión de dominar… La pandemia nos ha dejado en ridículo. La historia nos deja en ridículo. Esta era digital nos hace creer que estamos evolucionando pero la realidad nos muestra que el vértigo de la tecnología nos está ganando la batalla contra nuestra biología. Demasiados casos de salud mental nos están azotando.
Evolucionar y adaptarse seguirán siendo una máxima de nuestra especie, aunque no sabemos qué nos deparará el futuro. La actitud con la que asumamos nuestra existencia, nuestro día a día, marcará qué y cómo aportaremos a este mundo para lograr de él un lugar cada vez mejor para vivir, respetando sus normas naturales. Es una tarea individual y colectiva que debe tener como piedra filosofal aportar lo mejor de nosotros mismos, hagamos lo que hagamos. Lo estamos comprendiendo. Estamos en camino.
Mientras tanto, el día a día, ilusiona (a pesar de todo lo comentado) cuando podemos volver a hacer lo que hacíamos antes de marzo de 2020 pero con los cuidados del caso aún entre nosotros. Están siendo meses con la agenda desbordada de formaciones y consultorías presenciales y eso es maravilloso. Están siendo meses en los que, a pesar de los contratiempos políticos, económicos y sociales, nuestra actitud no debe decaer. Quienes podamos, tenemos la responsabilidad de aportar. Rendirse no es una opción.