Albert Boadella Oncins (Barcelona, 1943) es incómodo, disruptivo y no pretende agradar. A un actor se le presume eso: reflejar una realidad jugando con la imaginación de un escenario donde todo está permitido. Quienes asistimos a un teatro aceptamos el juego (aunque no todo el mundo ahora que lo pienso) y jugamos. La creatividad y ese espacio compartido con otras personas, valida socialmente, lo que nuestra mente no es capaz de exteriorizar en según qué lugares público. Pero el teatro es distinto.
Polémico (¿Acaso el arte no debe serlo para cuestionarnos, guste o no y no tomarnos tan en serio?), este catalán, quién fuera director de los Teatros del Canal (Madrid) entre 2009 y 2016, y que ahora éste le dedica un ciclo, dirige “Malos tiempos para la lírica”. Boadella pone sobre el escenario a María Rey-Joly y a Antoni Comas en una relación entre maestro y alumna, llena de un presente frustrante que necesita recuperar un pasado cargado de luces y sombras para calmar miradas introspectivas.
Susan King, una famosa cantante española que ha triunfado en los Estados Unidos, pierde momentáneamente su voz. Para ello, y gracias a los consejos de su coach, regresa a su “pasado” en España; cuando era Susana Rey, cuando recién comenzaba su carrera en la zarzuela de la mano de Don Julián quien, en este presente, vive recluido en una residencia para mayores pagada por ella. La relación entre ambos es tormentosa pero los une la pasión por la música aunque con muy distintos enfoques.
Ella necesita recuperar la confianza para continuar su camino exitoso. Él, criticando a diestra y siniestra su estilo con poca calidad artística y musical. Ella, persuadida de lo que le diga su coach que tiene que hacer; él, en la rutina diaria de pelearse con “Pili”, una inteligencia artificial con cara de mujer que aparece y desaparece en una de las paredes de su habitación para recordarle todas las instrucciones que debe cumplir. Momentos que recuerdan a ciertos capítulos y estilos de vida de la serie “Black Mirror”.
Esta última obra de Albert Boadella nos lleva a una historia (como cualquiera que podamos encontrar cada vez más en nuestras sociedades en grandes urbes) donde la tecnología, la ayuda personal (hay que reconocer que no dejan bien parado al mundo del coaching), el rechazo a lo nuevo, el ego y la eterna búsqueda de encontrarse del ser humano, nos vuelve a sacar de nuestra zona de confort, ¡otra vez! Y es que esa es la función del teatro, entre otra cosas: cuestionar lo establecido.
Desde el tiempo de los tiempos, los artistas, esos seres maravillosos y privilegiados por mostrarnos lo que, muchas veces, no queremos ver en lo individual y social, nos hacen de espejo para replantearnos el qué y el cómo estamos viviendo. En el teatro diario de nuestras vidas, sea en el ámbito personal o en el profesional, ¿cuestionamos y nos cuestionamos para mejorar esa tan deseada calidad de vida a la que tanta importancia damos? Existen muchos caminos pero el arte siempre estará para ser nuestro reflejo.
¡Gracias!
¡Gracias a ti Ricardo!