En su primera acepción, la Real Academia Española, nos dice que el miedo es la “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”. Hablamos de una emoción básica que nos invita a desconfiar en cómo ocurrirá algo contrario a la forma en la que deseamos que pase. Llevado a un extremo, el miedo puede “matar” nuestra vida; la puede paralizar. Una persona aislada es débil, vulnerable. Salvo que vivamos una situación límite, no podemos comprender la realidad de nuestra fragilidad. Es ahí cuando la hacemos consciente. Existe un denominador común, lo suframos en primera persona o ante un ser querido: la pérdida. Y aquí, la pérdida es la muerte. Llevamos, en España (al momento de publicar este artículo), más de 88.000 fallecidos oficiales por el coronavirus; se sabe que son muchos más. Quienes están viviendo este drama, perciben la angustia de un riesgo o daño real. Quienes no, percibimos cierta angustia por un riesgo o daño imaginario; no porque, en este caso, no exista sino porque no lo estamos viviendo en primera persona.
En ambos casos, está ocurriendo (a nivel mundial) que estamos experimentando de forma colectiva, una situación real. Una pandemia, lo es. A pesar de que pudiera no tocarnos, es real. Salvada la emoción primitiva (el miedo a la muerte), existen otros miedos reales: el trabajo, la economía, la pobreza, la exclusión social y algunos etcéteras más que son personales e intransferibles. Como nunca estamos atentos a lo que se nos dice desde el gobierno y los especialistas (médicos y epidemiólogos). Dependemos de lo que se nos diga. Si hay información contradictoria o poco fiable, aparece la ansiedad. Y es verdad que, ante una situación excepcional, los errores son admitidos (jamás nos habíamos enfrentado a un riesgo como este) pero también observamos improvisación; falta un plan de contingencia claro, público y transparente y, entonces, hace presencia el miedo al miedo.
En psicología social se habla del modelo multidimensional de la afiliación de Craig Hill (1987), donde una de las razones fundamentales (de cuatro) entre personas, tiene que ver con recibir apoyo emocional: las personas se afilian con otras para mitigar el miedo o el estrés.
Vamos hacia un mundo cada vez más digital. Esto, que es una obviedad, nos lleva a plantearnos si habrá una aceptación de que todo sea en remoto. No puede imperar la cultura de lo digital en detrimento de las relaciones humanas. ¿Es dramático este planteo? Todo dependerá de cuánto dure esta situación hasta que, como en muchas otras ocasiones de enfermedades erradicadas, se pueda decir, claramente, que esta epidemia es historia y, eso, llevará mucho tiempo.
¿Nos moverá individual y colectivamente esto? Me lo he planteado en otros artículos y creo necesario que lo revisemos: ¿nos dejará un aprendizaje la era del coronavirus? Si todo pasa sin más, ¿volveremos a como estábamos? Si es así, perderemos una gran oportunidad de evolución humana; una, sobre todo, que, en lo inmediato, nos recuerde que una vida más moderada sea la mejor opción posible.
Dependerá de cada uno de nosotros. De nuestra voluntad y responsabilidad individual que luego será social. Enorme reto evolutivo (o no).