“Estoy en un lugar muy diferente al del miserable y jodido Roger de hace tantos años. Ahora estoy mucho más feliz con el público y conmigo mismo, aunque menos contento con lo que está sucediendo en el mundo”. Roger Waters.
Tomé la fotografía que acompaña este artículo el 25 de marzo de 2011 en la presentación de “The Wall” que, el exlíder de Pink Floyd, hizo en Madrid. Convertida en película de culto, la cinta, de 1982, dirigida por Alan Parker y, fantásticamente interpretada por Bob Geldof, hizo estragos en las mentes de muchas personas en todo el mundo. La primera vez que la vi, con 17 años, me advirtieron que no comprendería nada y que debía verla varias veces para entenderla… No fue así.
Roger Waters ha querido exorcizar “la pérdida” de su padre en la Segunda Guerra Mundial y la de su abuelo en la Primera. El documental-concierto, estrenado en 2017 (y que he vuelto a ver estos días), muestra la intimidad de un artista (uno de los más expresivos de nuestra era) que se expone y nos expone. La tremenda actualidad de The Wall radica en esa pérdida personal pero también en cuántos muros faltan por caer en nuestras sociedades ¿desarrolladas?
La política está presente en todo lo que nos afecta en nuestro día a día y, sin embargo, e independientemente de nuestras opiniones al respecto, no somos capaces de dialogar y llegar a acuerdos por hacer de nuestro planeta un lugar mejor donde vivir. Hemos vivido guerras (lo seguimos haciendo) y no salimos de nuestras zonas de confort. Hoy presenciamos, confortablemente adormecidos, en nuestros televisores, niños desnutridos, mutilados, ahogados, esclavizados o captados en madrazas para adoctrinarlos en creencias que nada tienen que ver con una fe educada en el respeto y la tolerancia por el otro, la que piensa distinto.
Tengo la sensación que podría escribir cientos de artículos como este; leer miles más de otros colegas o personas que necesiten exteriorizar vivencias, experiencias o sentimientos propios y ajenos. Siendo realista, seguiré teniendo esa sensación. Siendo optimista, albergo la creencia de que las nuevas generaciones tomen más conciencia sobre lo que implica tener realmente una calidad de vida más igualitaria.
Cuando en tu vida, has sufrido la pérdida, la mejor medicina es la superación, enfrentar esos fantasmas y hacer algo que colme tu existencia. Si lo logras, el egoísmo no figura en tu diccionario y eres capaz de abrir tu corazón. El altruismo es una salida a tanta miseria (propia y ajena). Sólo así, logras derribar el muro propio y cuando ello ocurre, el estado de bienestar se hace presente.
Se construye desde lo personal para crecer en lo colectivo. ¿Ha caído el muro? En todos los sentidos, es una pregunta que nos debemos formular.