En 1995, Daniel Goleman, popularizó la Inteligencia Emocional gracias a su superventas del mismo nombre. Varios autores como Howard Gardner, Wayne Payne o Stanley Greenspan, habían utilizado dicho término para referirse a lo que Aristóteles manifestó en su Ética a Nicómaco: «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».
Sin desmerecer la aportación de tantísimos autores que se han referido a la Inteligencia Emocional, y tomando a Goleman como referencia, podemos argumentar que llevamos (apenas) 25 o 30 años hablando sobre aquello que Gardner definió, cuando hablaba de inteligencia intrapersonal, como «una habilidad correlativa -vuelta hacia el interior- que nos permite configurar una imagen exacta y verdadera de nosotros mismos y que nos hace capaces de utilizar esa imagen para actuar en la vida de un modo más eficaz». En otra publicación reafirma: «La inteligencia intrapersonal supone la capacidad de discernir y responder apropiadamente a los estados de ánimo, temperamentos, motivaciones y deseos de las demás personas».
Todos estos conceptos nos llevan a intentar comprender la relación entre Miren y Bittori. Ambas mujeres son el alma de la magnífica novela de Fernando Aramburu, Patria (2016). «El encuentro se produjo a la altura del quiosco de música. Fue un abrazo breve. Las dos se miraron un instante a los ojos antes de separarse. ¿Se dijeron algo? Nada. No se dijeron nada». El escritor, nacido en San Sebastián (1959), nos lleva por un mar de emociones interpersonales e intrapersonales en la vivencia dramática de dos amigas íntimas en otros tiempos; desgarradas en su presente continuo. Futuro incierto.
Existe un camino que todos recorremos de forma consciente o no. Nuestras decisiones nos pueden llevar por senderos acertados o erráticos. Cuando esas decisiones tienen consecuencias dramáticas para otras personas, tarde o temprano, nuestra consciencia no nos deja tranquilos. Define la R.A.E., la psicopatía, como «la anomalía psíquica por obra de la cual, a pesar de la integridad de las funciones perceptivas y mentales, se halla patológicamente alterada la conducta social del individuo que la padece». Miren y Bittori no son psicópatas y no son víctimas de psicópatas. El fanatismo nubla la claridad intrapersonal e interpersonal.
Desde la complejidad narrativa de una gran novela, el autor nos mete en la mente de los personajes con la incertidumbre de hacia dónde fluirá la historia; y cuando creemos que sabemos los itinerarios que andarán, un golpe de efecto nos sorprende. En cómo nos cuenta los quiebros emocionales y la sorpresa de según qué decisiones, radica la admiración por la historia que estamos leyendo. Y cuando creíamos que todo podía continuar sin más… aparece una palabra profunda, íntegra y honesta: perdón. Sin este sinceramiento, el coste del analfabetismo emocional (en palabras de Daniel Goleman) es muy alto para quien no lo práctica. El perdón (muy vinculado a la fe religiosa) no deja de ser una consecuencia brutal de la inteligencia emocional.
Goleman nos regala, en el mar de conceptos que nos hacen reflexionar página tras página, una certeza para nuestros tiempos que, también Fernando Aramburu, deja flotando en su obra: «La incertidumbre, la fragilidad y la inestabilidad de la vida cotidiana familiar afectan a todos los segmentos de nuestra sociedad, incluyendo a las personas acomodadas y con un elevado nivel cultural. Lo que está en juego es nada menos que la próxima generación…».