No pretende ser, este artículo, una crítica de cine. No me siento capacitado para ello. Sí pretendo plasmar dos cuestiones: la complejidad de un personaje que poco conocía y me ha fascinado y, la segunda, su director, productor y escritor. Antes de ello, mi buena amiga Soledad, me “obligó” a documentarme. Como física que es, me argumentó la necesidad del contexto y ciertas nociones que enriquecerían mi visión del núcleo de la cinta. Haberle hecho caso (e ir con ella al cine), le dieron más razón que a un santo.

Julius Robert Oppenheimer (1904-1967) fue un físico estadounidense y “padre” de la bomba atómica por su notoria participación en el Proyecto Manhattan (desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial, se centró en la investigación y puesta en marcha de las primeras armas nucleares. Dicho proyecto estuvo liderado por los Estados Unidos y con el apoyo de Canadá y el Reino Unido). Oppenheimer fue un apasionado por su trabajo y se dedicó en cuerpo y alma a este proyecto con la visión de un científico.

El británico Christopher Edward Nolan (1970) es el escritor, director y productor de esta película que está teniendo un éxito comercial como pocos directores pueden atraer con un personaje que, a priori, no había levantado tanta curiosidad. Nolan tiene en su haber la realización de largometrajes complejos y comerciales; que no dejan indiferente al espectador y que tiene una legión de grandes seguidores entre los que me encuentro. La rigurosidad, el detalle, las líneas temporales… Todo puede ocurrir. Siempre.

Nolan ha querido moldear una biografía de Oppenheimer. Con luces y sombras. Sin acción. Con grandes primeros planos. Desde la mente del protagonista. Con grandes colaboradores de la época. Algunos derivarían en rivales. Tres horas de película que, para mí y mi amiga, se nos hicieron justas. La última parte, consecuencia del macartismo, muestra lo peor del sistema de un Estado que veía enemigos por todos lados durante la década posterior al final de la Segunda Guerra Mundial.

Oppenheimer va asumiendo cómo fue utilizado (junto a su equipo) para planes mayores que tenía el Estado. Consciente del monstruo que había creado, una de sus frases más notorias, recordada del texto sagrado hindú “Bhagavad-Guitá”, fue: “Ahora me he convertido en la muerte. Destructora de mundos”. El resto de la cinta transcurre, como hemos visto en otras tantas historias estadounidenses, donde los “héroes” son convertidos en personajes poco menos que apestados y dejados de lado.

La película, en sus inicios, muestra un diálogo con Albert Einstein que, no será hasta el final, descubramos su contenido. Una charla entre un sabio que deja su impronta y un Oppenheimer preocupado por las consecuencias de la creación de la bomba atómica. Como muchas situaciones que se nos presentan en la vida, sólo el tiempo será un juez implacable que pondrá las cosas en su lugar. Oppenheimer no contempló ese tiempo pero la historia hace justicia con esta obra maestra de Nolan. Cara y cruz de la vida.

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