La città eterna. De Roma vienes y a Roma volverás. La capital italiana, testigo de incontables personajes e historias, atesora en su eternidad, desde el seis de julio del pasado año, a uno de los compositores y directores de orquesta más celebrado en las emociones que golpean directo a nuestros corazones. La fina sensibilidad musical descansará por siempre en esa sonrisa de Toto contemplando, gracias a la magia de Alfredo, la imagen de una película cualquiera en la pared de una casa (frente al “Cinema Paradiso”) del pueblo Giancaldo (Sicilia). Era Italia. Eran los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Decía recientemente, Giuseppe Tornatore, sobre Morricone: “Para mí, es más que un simple colaborador. He construido cada una de mis películas con él. No es que Cinema Paradiso sería otra sin su música, simplemente sin Morricone no sería. Y así, una a una todas mis películas”. Se cuentan por cientos sus composiciones y direcciones musicales. Se cuentan por cientos, imborrables recuerdos de la gran pantalla que nos han marcado y con los que nos hemos emocionado. Junto al gran John Williams, le fue otorgado, en 2020, el Premio Princesa de Asturias de las artes.

Con 91 años seguía activo y dando lo mejor de su talento. Desde muy pequeño, influido por su padre dedicado a la música, comenzó a tocar la trompeta y a estudiar música. Ennio Morricone ha sido un canto a la libertad. Una persona que ha dedicado su vida a su pasión. Son estos los momentos (y enormes artistas) que nos muestran el camino, no sin complicaciones, de hacer realidad nuestras pasiones. Están quienes, como este eterno romano, han sentido la misión de transmitir y contagiar su talento para disfrute de quienes lo admiramos. El mundo es mucho mejor con sus obras musicales.

En la estación de tren, cuando Alfredo se despide de Toto, le dice: “Hagas lo que hagas, ámalo. Como amabas la cabina del “Paradiso” cuando eras niño”. Todos tenemos nuestras películas favoritas de determinados autores y, por la época, el contexto, la emocionalidad y el fantástico homenaje al cine, esta cinta de 1988, está primera en mi lista de siempre. El corazón tiene razones que la razón no entiende y está muy bien que así sea.

El recuerdo, a un año de su muerte, sigue intacto para quienes trascienden. Ganó dos premios Óscar (2006, honorífico y 2016, mejor banda de sonora por “The Hateful Eight” de Quentin Tarantino). Ganó también tres Globos de Oro, seis premios BAFTA, dos premios Grammy y otro enorme número de condecoraciones interminables a parte de las nominaciones que recibió a lo largo de su dilatada carrera.

Mucho se ha escrito, se escribe y se escribirá sobre la inspiración de esas enormes personalidades que, sea en el área que sea, nos aportan y legan su pasión, energía, ganas, actitud, proactividad pero también rigor, esfuerzo y disciplina. Esa admiración podemos ser nosotros mismos (en nuestro anónimo círculo) cuando comprendemos que podemos estar llamados a la grandeza de nuestros proyectos; en lo personal o en lo profesional, no debemos renunciar a buscar (y encontrar) nuestro “Paradiso Morricone”.

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