Bajo la producción del Centro Dramático Nacional, el pasado martes cinco de enero de este 2021 lleno de incertidumbres, acudí a ver la versión de José Luis Collado de un clásico de la literatura universal: Macbeth (The Tragedy of Macbeth) de William Shakespeare. El teatro María Guerrero (Madrid) es una maravilla de escenario para ver esta obra que cuenta con la dirección de Alfredo Sanzol y un elenco de actores admirables (encabezados por Carlos Hipólito y Marta Poveda) que han hecho, de las dos horas que dura esta historia, una recreación vibrante, oscura, frenética, llena de obsesión por el poder, de traición… incluso a los propios valores que se van cegando.

Publicada en 1629, esta tragedia nos pone en situación de algo que, históricamente, ingente cantidad de autores han querido plasmar sobre lo más profundo del ser humano: la debilidad de la mente cuando sombríos intereses merodean el alma de quien se corrompe a sí mismo. ¿Acaso la corrupción no es con uno mismo?

La representación, firmeza, profundidad y oficio de los actores, permiten imaginar escenarios concretos, lejos de una puesta en escena diáfana que, como si de una colina en cuesta (hacia arriba; hacia abajo) se tratara, nos permite la licencia de ropas modernas para personajes del siglo XVII. La esencia del ser humano permanece lúgubre. Grises vestimentas, tristes mentalidades. Brujas que pasean por nuestra imaginación para mostrarnos la ambición que nos tienta a tomar decisiones inconclusas para nuestros intereses y que, a la postre, pueden resultar fatales en el andar de nuestros días; camino de un final amargo.

Nuestros pensamientos más íntimos no nos perdonan. Ni siquiera como esa mención de Charles Foster Kane, en sus últimos instantes de vida, a su Rosebud, en el que la pregunta nos deja un incontestado “qué”. Como un truco o recurso poco elegante, nuestra mente nos recuerda aquello que fuimos o que perdimos (de nosotros mismos).

La muerte siempre ha sido un tema tabú. ¿Será por qué hemos comprendido que nos acerca, como en ningún otro momento de nuestra vida, a quiénes realmente fuimos? ¿A lo que realmente hicimos durante nuestra travesía en este mundo? Ver sin querer observar.

Desde hace medio siglo, la irrupción de la Inteligencia Emocional nos ha puesto delante de nuestro propio espejo. Somos conscientes, hoy por hoy, qué significa la ambición y la traición (no nos engañemos: Macbeth lo sabía). Un sentimiento de culpa nos invade, corroe y carcome por dentro mientras nuestros días avanzan; firmes en algunos casos, llenos de dudas en otros. Más allá de su incuestionable aporte a la literatura y artes universales, ¿qué diría Shakespeare? ¿Acaso este dramaturgo, poeta y actor inglés se reconocería en sus obras trasladadas a los tiempos actuales? La esencia del ser humano, ¿ha cambiado sustancialmente?

La cultura (en general) nos permite tener esta perspectiva: qué y quiénes somos; de dónde venimos; potencialmente, en qué nos podemos llegar a convertir. La práctica de la autoconsciencia, el autoconocimiento y la gestión de nuestras emociones son una escuela elemental para comprender que tenemos la llave (en nosotros mismos) de evolucionar hacia la mejor versión que podemos llegar a ser; de forma constante. Siempre. Todo el tiempo. Macbeth nos lo recuerda. La decisión es nuestra.

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