¿Alguna vez, tu primer beso, fue un lunes? Los lunes no son días normales para un primer beso y, sin embargo, sería el anticipo de una relación que poco tiene de normal. Quizá me quede atrapado en que la inmensa mayoría de la gente odia los lunes y que si algo comienza ese día, nada puede entenderse como “normal”. No importa. Eso no nos importa. Sólo sé que te besé, por primera vez, un lunes. Sólo sé que, inexplicablemente, te confesé cuánto me temblaban las piernas que anticipaban lo distinto. No fue normal.

No fue un beso corto pero tampoco fue carnal. Hubo un tiempo de largo aliento retenido por intentar comprender que algo estaba gestándose en el afán de unas miradas que pretendían invadir la mente de quienes saben, desde el primer instante, que hay algo más que dos bocas besándose. Desde ese entonces comprendimos lo que significa el tiempo y supimos que sería nuestro peor enemigo. El tiempo que nos separa (el mismo que nos une) juega con nosotros. Los besos y el tiempo conjugados.

Y ya no es tu boca lo que beso. Eres tú. Tu todo. El deseo, en la distancia de las tierras que nos separan, no es sólo besarte; es vivir esa invisible unión que, incluso juntos, no podemos o sabemos expresar. Y es aquí donde la razón, la lógica se deshacen de argumentos. Cuando nuestros besos exceden la carne, las emociones, siempre inexplicables, nos llenan el cuerpo de mundos complejos por explorar. Nuestras mentes se liberan de lo establecido para iniciar un viaje hacia todas partes; hacia ninguna.

¿Cuánto dura un beso? La pregunta no es cuánto. La pregunta es dónde dura un beso. Si estamos juntos o a la distancia: ¿dónde duran nuestros besos? La fuerza de nuestra conexión nos mantiene cuerdos de nuestras locuras cuando estamos presentes; cuando somos. Toda esa energía nos llena para el próximo encuentro que será nuevo, distinto pero que, indefectiblemente, buscará la eternidad de nuestros besos. Esto que empezó como una virtual locura, ya ves, genera una necesidad de piel que nos desborda.

Aquel lunes te besé en los labios. Aquel lunes me besaste en los labios. Suaves, lentos, sensibles y profundos a la vez. No había desesperación. Había ternura, sencillez. Quizá sabíamos qué había porque comprendimos que no era razonable cómo fue y no lo entendemos ahora, miles de besos después. Hoy estoy besando tus besos a la distancia y deseando hacerlo mientras nos abrazamos y nuestros cuerpos se funden con la intención toda de penetrar el uno en el otro. Las mentes juegan su juego.

Y aquí estoy. Escribiendo estos pensamientos para exorcizar mis miedos por el tiempo que ahora no nos tiene pero que nos tendrá. Llevo más de cuatrocientas cincuenta palabras donde “beso” y sus derivados no hacen otra cosa que recordarme cuánto te siento, cuánto te extraño; cuánto creo que empiezo a enamorarme de tu todo. Y es carnal pero también no lo es. Cuando, después de tanto intentar justificar y encontrar las palabras correctas para expresarme hacia ti, no las encuentro, es que debe ser amor.

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