“Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida”. Con estas líneas, Adam Smith (1723-1790), inicia una de las obras más clarividentes del pensamiento liberal, “La teoría de los sentimientos morales”.
Publicada en 1759, este economista y filósofo escocés, nos introduce en la importancia de la simpatía hacia los sentimientos ajenos y de amor propio (que no egoísmo); de como surgen los valores morales que permiten convivir en sociedades justas, pacíficas, prósperas y libres. Solemos estar invadidos de pensamientos y criterios, en muchas ocasiones, negativos. Nos hemos hecho una idea lúgubre del comportamiento de las personas. Internet ha exponenciado lo malo, lo más complejo y miserable del ser humano; y es verdad que existen malas personas porque la maldad existe.
En tiempos de crisis (pandemia, guerras, sociales, económicas, etc.) suele aflorar lo bueno y lo malo de nuestra especie pero, contra toda percepción trágica, estamos evolucionando hacia mejores formas de vida. ¿A quién le importaba lo que ocurría en Afganistán hace 30 años? Hoy, estos temas son visibles y aunque mucho más lento de lo que se quisiera, las futuras generaciones buscarán una mejor calidad de vida; esa que, en nuestros países más desarrollados, conocemos y disfrutamos día a día. Con sus imperfecciones y debilidades pero sabiendo lo que significa la palabra libertad.
Cuando el mundo se debate entre dos formas o estilos de vida (libertad vs. autocracia), debemos recordar lo que implica proteger la libertad. Ganada a través de las pasadas generaciones, observamos por el contrario como existen regiones o países con formas de gobierno en el cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley. La libertad se conquista pero hay que seguir luchando por ella. No es un derecho sin más. De hecho, sin ella, no hay derechos. Cuando un conflicto global afecta a todos los sectores económicos y sociales, perdemos todos. Nos afecta, tarde o temprano, a todos.
Cuando salimos a vender un producto, servicio, proyecto o idea, escuchamos y sabemos cómo pueden afectar, a nuestro potencial cliente o cliente, las amenazas externas de las que no podemos hacer nada más que buscar la mejor forma de adaptarnos. El cierre de fronteras, los tipos de interés, la inflación, el transporte, el combustible, las materias primas y decenas de factores merman la capacidad de compra y venta. Sin temor a equivocarme, llevamos, desde la crisis del 2007-2008, sin un respiro; sin un período de bonanza para reacomodarnos. Las previsiones, guste o no, son poco o nada amables.
Si esa naturaleza de la que nos hablaba Adam Smith logramos ampliarla (esos principios de interesarnos por la suerte de otros que nos resulta necesaria), podemos contemplar el amor propio como una útil habilidad social que permita una capilaridad de actitud positiva y nada derrotista a pesar de los tiempos que corren. Las crisis nos muestran el camino de los cambios; algunos necesarios, otros prescindibles. Recordarlo es un interesante ejercicio de fortaleza mental y de apoyo entre quienes hacen nuestro entorno personal y profesional. Hablamos de nuestras libertades. Ganamos todos.