No recuerdo cuándo comencé a escuchar radio. Sí recuerdo que siempre ha estado ahí. De fondo. Pero no esos fondos que se utilizan para penar la soledad de un espacio vacío de personas o de mí mismo. Ese fondo es atento a la escucha activa. A que, quién emite, sea correspondido con un gesto del rostro, una expresión espontánea de sorpresa, risa o llanto. La radio es magia, es complicidad. Es imaginación, creatividad. Cuando compartimos algo que escuchamos en ella, sostenemos: “Lo dijo la radio”.
En mi Buenos Aires natal, Héctor Larrea, Antonio Carrizo, Juan Alberto Badía, Lalo Mir, Bobby Flores y Alejandro Dolina, entre otros, me han “robado” tiempo. Un tiempo que hoy, de adulto, recupero en mi curiosidad, en mi agradecimiento, mi creatividad, mi sorpresa de amar un medio insuperable para transmitir emociones. Quizá, y sólo quizá, por eso estudié periodismo; y si no lo ejerzo al cien por ciento, mi blog y mis redes sociales, ocupan esa pasión de escribir, contar, compartir ideas, historias… bucear por nuestra infinita capacidad de crear para que otros, sencillamente, te lean, te escuchen. No desde el ego. Desde el querer compartir.
España, que tan maravillosamente me ha adoptado (hace más de 22 años), y de la cual me siento un hijo orgulloso, me despertó al día siguiente de abrir los ojos, en Valladolid, con Luis del Olmo. La radio, como no, esa compañera pegada al oído. Luego conocí a Iñaki Gabilondo, Carlos Herrera, Carlos Alsina, Guillermo Fesser, Juan Luis Cano, Ángel Expósito, entre otros. Cada uno con su estilo e ideario. Siempre desde el respeto por las ideas pero con algo que no se negocia: la magia de la radio y de grandes comunicadores.
En según qué tiempos, puede agotar, generar estrés tanta realidad aplastante. La política, la economía, las guerras, personas desconocidas que sufren y un largo etcétera que hace imposible no apagarla y buscar refugio en la música o la lectura pero siempre se vuelve a ese amor incondicional. La radio es emoción y las emociones pueden ser encontradas, mezcladas, contradictorias. El amor no sabe de límites o barreras. El amor por algo o alguien debe (tiene que) asumir riesgos. Si no, no es amor.
Cuando “estas presente”, con esa voz que penetra en tu mente, te seduce y te hace escuchar como si el mundo se detuviese, conoces la complicidad, conoces lo que es pensar, analizar o reflexionar. Esto crea ideas nuevas, persuade (¡por qué no!) sobre otros puntos de vista que no teníamos en cuenta o, sencillamente, nos hace cambiar de parecer. Todo puede ocurrir cuando permitimos que la magia penetre en nuestros cerebros y nos dejamos llevar por las emociones o cierta racionalidad. Siempre será la magia de la radio.