Las señales emocionales se originan en el cerebro y se transmiten a todo el cuerpo. La base científica que viene a recordarnos esto, nos habla sobre la estructura de los tres cerebros: autónomo o primariolímbico y racional (córtex y neocórtex).

El cerebro autónomo es, según los científicos, responsable de funciones tan importantes como la respiración y la actividad cardíaca. Estas funciones operan de manera automática, sin la intervención del pensamiento o de impulsos externos. Tienen lugar tanto cuando dormimos como cuando estamos despiertos. Suceden sin que tengamos una percepción consciente de ello y han evolucionado con el tiempo desde los inicios de nuestro desarrollo como humanos.

El cerebro límbico o emocional (la amígdala y el hipocampo) se desarrolló después del autónomo. Aquí almacenamos los datos emocionales y la memoria emocional. Esta información es fundamental para la supervivencia. Esta base de datos crece todo el tiempo y nos aporta cada vez más material sobre el que basar nuestras reacciones. Así, podemos recordar dos cosas: el incidente específico (incluyendo la hora del día, lo que estábamos haciendo y otros detalles de algún poderoso acontecimiento emocional que quedan almacenados en el hipocampo) y el sentimiento creado por el acontecimiento, que queda almacenado en la amígdala. Existen pruebas que indican que el dolor emocional o los sentimientos heridos, tales como los que experimentamos a causa del rechazo social, activan el mismo centro del dolor en nuestro cerebro que el dolor físico. Un estudio publicado en el Journal of the American College of Cardiology identificaba la agitación emocional como un factor de riesgo tanto para los infartos como para la salud del corazón a largo plazo. De modo que las conexiones entre las emociones y el cuerpo son muy fuertes.

El córtex es responsable del pensamiento racional de alto nivel. Es donde tienen lugar la resolución de problemas y la toma de decisiones. Este cerebro racional puede ayudarnos a recorrer el camino que nos llevará a cumplir nuestras intenciones para evitar los secuestros emocionales, mejorando, para ello, nuestra inteligencia emocional.

En una situación de secuestro emocional, es el cerebro límbico el que se encarga de todo, sin consultar al cerebro racional. Localizado entre el cerebro racional y el autónomo, controla ambos procesos o reacciones. ¿Queremos acelerar el ritmo cardíaco? Ningún problema. ¿Deseamos mantener la boca cerrada en una reunión en la que se percibe alguna amenaza? Ningún problema. El sistema límbico nos gobierna.

Si gritar y llorar para conseguir algo a los dos años de edad produjo el efecto deseado, es posible que un ejecutivo que rompe lápices o genera torturadoras reuniones está respondiendo a un síndrome de huida o enfrentamiento que se estableció hace mucho tiempo como un patrón de comportamiento. De esta misma forma, el silencio que se produce en muchas reuniones está arraigado en la señal del cerebro límbico que nos ordena callarnos y ocultarnos hasta que el peligro o la amenaza hayan pasado.

Aprender a controlar nuestras emociones es la esencia de la inteligencia emocional. Por lo tanto, si bien hay reacciones que vienen dadas por vivencias pasadas, está en el ejercicio intelectual que realicemos, tener una mejor calidad de vida para nosotros mismos y nuestro entorno. Todo un desafío.

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