Dada la composición del mundo en la actualidad, ¿podríamos decir que la pandemia del coronavirus es la mayor catástrofe (a nivel salud pública) que ha conocido la humanidad desde que tenemos conocimiento a través de escritos (leyendas incluidas), audios y vídeos; o sea, registros en todas las formas posibles? La respuesta categórica, a día de hoy, es no. Contrastando algunos datos históricos, los seres humanos hemos soportado enfermedades infecciosas desde tiempos inmemorables, teniendo como base las consideradas tres mayores pandemias: la plaga de Justiniano, la Peste Negra y la peste china de Yunnan.
La peste de Justiniano (que asoló al Imperio bizantino a partir del año 541 y hasta el 750) afectó a regiones de Asia, Europa y África, con especial hincapié en el Mediterráneo. Según los historiadores especializados en la época (siglo VI) murieron entre 25 y 50 millones de personas; una media del 20 % de la población mundial. Debemos tener en cuenta cómo estaba concentrado el mundo en aquel entonces, donde, por ejemplo, América estaba por descubrir aún.
Entre 1346 y 1347 comienza la que está considerada como mayor pandemia por la que ha pasado la humanidad: la Peste Negra. Su punto más alto fue durante 1348. El auge de las relaciones comerciales hizo que tuviera una gran extensión. Se cree que sólo en Europa murieron cerca de 25 millones de personas. Una media de 50 millones en Asia y África. Diversos brotes siguieron hasta 1490, según se tiene constancia. Las consecuencias sociales fueron notorias y, más allá de interpretaciones históricas, la falta de higiene en la época medieval fue clave para la propagación de la enfermedad provocada por las picaduras de las pulgas que transportaban las ratas y que pasaban a las personas, sobre todo, a través de sus ropas.
Hay que trasladarse a mediados del siglo XIX para encontrar el origen, en la provincia china de Yunnan, de esta peste que mató a 10 millones de personas entre finales de siglo y principio del XX. Se extendió por varios continentes, llegando, incluso, a lugares como Puerto Rico y Cuba.
La historia nos recuerda lo vulnerable que somos (el mundo siempre ha sido inestable) y que, en determinadas ocasiones, no está en nuestras manos una solución inmediata. Hoy, teniendo unos adelantos científicos y tecnológicos notables (los que conocemos hasta ahora), observamos que nos falta mucho por tener un control sobre el coronavirus (del cual prácticamente casi ni se habla pero que todavía sigue ahí) y que nuestras vidas, durante un cierto tiempo, seguirán condicionadas en lo social, laboral y económico. Cuando hablábamos de las tres grandes pestes, estaban “limitadas” a regiones muy amplias pero no representaban el mundo entero; todavía había zonas por descubrir. Hoy, el coronavirus, sí afecta (en mayor o menor medida) a toda la población mundial.
Ser realista, según la R.A.E. (en su tercera acepción), se considera a quien actúa con sentido práctico o trata de ajustarse a la realidad. Evidentemente todos podemos ser realistas en función de nuestras vivencias, únicas e intransferibles pero cuando una situación excepcional, como el coronavirus, nos invade, existe una realidad en común.
Tenemos por delante un reto como sociedad: honrar a nuestros muertos y desear calidad de vida a quienes padecen secuelas por esta enfermedad. Lo que no está tan claro es que hayamos aprendido mucho en cuanto a comportamientos sociales varios. El futuro, impredecible por naturaleza, nos lo dirá.