El tiempo pasa lento en el desierto mexicano. Mike Milo desafía el vértigo digital que no está ni se le espera en las casi dos horas que dura la cinta. Su andar pausado, mirada fija eterna. Una historia de favores lo lleva a buscar al hijo de un amigo que le recuerda un pasado común que no se dice pero se puede imaginar. Un cowboy en las últimas que nos va descubriendo, a través de una historia que se va entretejiendo maravillosamente, como el largo paso de los años, nos acerca a lo esencial.
Clint Eastwood (quien interpreta y dirige Cry Macho) llega a los 91 años asumiendo su edad y lo deja muy claro en esta película deliciosa, aunque no apta para un público ávido de acción. Por no haber, no hay un solo tiro. Por teléfono se habla desde un aparato de mesa o empotrado en una pared de un pueblo de cuatro habitantes mal contados. Ni rastros de la tecnología que nos seduce y encarcela. Es verdad, estamos en 1979. Tarea compleja recuperar a un chico del lujo de una madre alcohólica y ausente.
Rafael, junto a su inseparable gallo Macho, se ilusiona con vivir con su, también ausente, padre, en un rancho y rodeado de caballos. Nuestros tres personajes principales, emprenderán un camino que va abriendo pequeñas historias que atrapan y logran una plena atención perdonando ciertas licencias. Aquí sí, la tecnología no puede ocultar los movimientos y acciones de un hombre viejo, muy viejo. A Eastwood se le permite esto y mucho más cuando te regala historias preciosas y poderosas.
“Es como todo en la vida. Crees tener todas las respuestas. Y al hacerte viejo te das cuenta de que no tenías ninguna. Todos tomamos decisiones en la vida. Tú debes tomar las tuyas”. Mike deja este consejo a Rafael. Alejado de la admiración por Clint Eastwood, y porque la nostalgia está ahí para recordarnos lo vivido, Cry Macho es cine con mayúsculas. No hay que ser moderno o ver al protagonista de moda (ni siquiera leer al periodista especializado) para entrar en la magia que toda buena película nos regala.
Hablar de la vejez y de la cercanía de la muerte suele ser tabú en nuestras sociedades infantilizadas donde lo políticamente correcto gana adeptos a pasos agigantados. Miedos, al final de cuentas. Eastwood invita a lo sencillo, a lo básico; a un final de bolero: “Pasarán más de mil años, muchos más. Yo no sé si tenga amor la eternidad. Pero allá, tal como aquí. En la boca llevarás, sabor a mí”. Cry Macho hay que verla con la ilusión de un viaje a ninguna parte y a todas por igual.
Posiblemente el escepticismo que respira, por momentos, la película lleva a su director a querer mostrarnos un camino más amable desde su sabiduría (vivencias y cultura); una ilusión ingenua y crepuscular. Un guiño a la mediocridad de este siglo XXI. Sin golpes bajos, con lentitud; como ese buen vino que se saborea y no “vive rápido”. Llevar estos aprendizajes de vida a nuestro interior puede sonar a utópicas relaciones que, trasladas al mundo profesional, nos mostrarían ámbitos con menos ansiedad, estrés y conflictos.