Un tren. Una estación. El mar. Dos historias. Viajar. Emociones cruzadas, mezcladas.

El destino, aquello que invocamos para justificar lo que nos ocurre, no existe. Existe el dejarse fluir. El saber que cuándo llega el momento, es el momento. ¿Y cómo lo sabes? Lo sabes… Ocurre que no pides al otro lo que te gustaría hacer en ese momento. Ocurre que no tomamos las decisiones que nos aportarán ese bienestar compartido que será inolvidable recuerdo según el reloj avanza las horas y el tiempo acelera nuestras vivencias que no podemos atrapar con las manos pero que, inexorablemente, están en nuestro corazón; infatigable compañero de tantas y tantas emociones en forma de aventuras.

En la comunicación de dos cuerpos que se estudian, en el suave sonido del mar que besa la orilla de un pueblo de casas blancas en su laberinto, en el fluir de historias que necesitan ser contadas y escuchadas… En el reposo de esta historia que se cuenta sola, mientras David Crosby suena como si estuviera en el mismo Mediterráneo, siendo testigo incierto de un futuro que tiene muchas páginas por escribir. Son las cosas que hacemos por amor; aún por descubrir pero con el preámbulo que es la más bella escritura de una historia que lo será todo o no será nada.

Él mira dentro de sus ojos. Ella al horizonte eterno de un mar que devuelve transparencia. El cielo, privilegiado, lentamente deja paso a la oscuridad de una Luna que ilumina dos corazones encontrados. Si dejarse fluir era esto, irse no es una opción. No hay ganas de volver a la estación. Son esos momentos de la vida en la que quieres que se pare todo. El reloj y el tiempo conspiran en contra. Recurso limitado el tiempo.

¿Cuántas historias comienzan en una estación y cuántas finalizan allí? El tren, que un día llegó, irremediablemente, partirá. Mientras das pasos alejándote de la estación, el tren mueve su suave pelo corto y oscuro que ha dejado huella en tus dedos, sabedores de acariciar la belleza de su esencia. Historia de un encuentro que luego serían varios más pero que fueron mostrando que, a pesar de la atracción y las ganas, los tiempos eran distintos para cada uno; ni buenos ni malos. Fueron distintos pasos de un baile muy bonito. Como si hubieran dado las doce de la noche, la magia se acabó. De forma amable y consensuada pero triste. Encuentros inconclusos.

Emociones. Viajar. Dos historias. El mar. Dos copas de un blanco refrescante en intensos recuerdos matizados que agigantan la distancia posterior; sabida pero no querida. Una estación. Un tren que se desvanece en el horizonte… ¿Qué hacer entonces?

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