En 2020, Bob Dylan, nos regaló su enésima obra discográfica: Rough and Rowdy Ways. Nacido como Robert Allen Zimmerman, un 24 de mayo de 1941, en Minnesota (EE.UU.), esta leyenda viva de la historia de la música contemporánea, no tiene que dar explicaciones de nada ni agradar a nadie. Jamás lo ha hecho y, a sus 82 años, menos. Lo vi, por primera vez, en Buenos Aires junto a los Rolling Stones en el estadio de River Plate. Era abril de 1998 y no fui consciente del hecho histórico. Algo sí pero no mucho.

Con 27 años comprendes a quién tienes enfrente pero, son tan grandes estos monstruos de la música, que se escapa a toda dimensión, a toda comprensión. Luego, en mi Madrid, volvería a ver varias veces a los Stones. Dylan se me resistía pero este pasado miércoles siete de junio, en las Noches del Botánico, el encuentro con este trovador de la nada y de todo, me dio una nueva oportunidad de entender la profundidad de un artista que tiene una influencia como muy pocos pueden tener.

Si ir a ver a Dylan es todo un privilegio, criticar que no tocara sus clásicos es una temeridad. Lo escuché de algunos asistentes y lo leí en cierta prensa ¿especializada? El de Minnesota tiene ganado, por derecho propio, el cielo musical; de hecho, creo que hasta tiene las llaves para acceder a dónde quiera y cómo quiera. Se rodeó de sus músicos que pocos metros se apartaron de él y su piano; único instrumento que tocó. Una iluminación parca e intimista. Un tono de voz que sonó como su último disco.

Dylan ha querido cuidar en exceso su imagen. Ni prensa ni asistentes pudimos reflejar nada del concierto. Los móviles a una pequeña bolsa cerrada a cal y canto durante el concierto. Un diluvio sobre Madrid hasta unos 20 minutos antes del comienzo. Todos mojados pero encantados. Olía a esos espectáculos de antaño con cierta nostalgia mítica de saberse en un encuentro con la historia de la música. Eso fue. Observar a un tipo que dio las gracias dos o tres veces y punto. ¿En serio le vamos a pedir más?

Tocó prácticamente toda su última obra y, el resto, con aires de ésta. Me costó reconocer uno de mis temas favoritos, “Gotta Serve Somedody” pero ahí estuvo. Puedes ser todo lo que quieras en este mundo; puedes tener todo lo que quieras pero vas a tener que servir a alguien. Desde nuestro egoísmo, Bob Dylan, ya nos ha servido demasiado. Nos ha dado todo lo que un artista puede aportar en su más que extensa carrera. En este caso, con versiones, en general, bastante bluseras.

Siempre he creído que no tiene una voz perfecta y que otros artistas que, versionaron sus temas, han hecho mejores interpretaciones que él. No creo que le importe ni falta que hace. No creo que esté preocupado por las críticas y niveles absurdos de detalles sobre lo que no hizo en el concierto de Madrid ni en sus últimas giras. No lo necesita ni le importa. En lo particular, este artículo refleja mi gratitud y alegría de haber vuelto a ver a un prócer de la historia de la música. A una figura irrepetible.

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