Una de las acepciones que nos aporta la Real Academia Española sobre la responsabilidad, nos habla de la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. La libertad sin responsabilidad carece de todo fundamento en una persona. La educación en valores es clave para que una sociedad funcione dentro de unas normas de comportamiento. No dirigido. Sí, desde la propia madurez de cada individuo.

¿Qué sería lo opuesto? Cualquier animal salvaje (no doméstico) nos lo recuerda. Si hablamos de una sociedad, la observación ante una misma situación resulta de vital importancia para conocer cómo opina o actúa ésta. Leon Festinger (1919-1989), psicólogo social estadounidense, lo señaló en su teoría de la comparación social (1954). De forma consciente o inconsciente, necesitamos evaluar lo adecuado de nuestro comportamiento comparándolo con el de las personas semejantes a nosotros.

La conducta de otros individuos nos influye porque, en general, nuestra manera de actuar es más “correcta” cuando es semejante a la de otras personas. Socialmente nos sentimos aceptados. Cuando la incertidumbre, la ambigüedad o inseguridad hacen acto de presencia, nos “dejamos” influenciar por los demás buscando justificar que esa es la conducta correcta. Tomamos esos actos u opiniones como ejemplo del comportamiento que debemos tener y/o seguir. Nos sentimos validados socialmente.

Si esto es así, podemos comprender qué está ocurriendo en estos tiempos de pandemia. No existe un liderazgo claro que nos transmita decisiones sopesadas y meditadas. ¿A qué nos lleva esto? A observar el comportamiento (equivocado o no) de las personas que nos influyen en nuestro entorno más inmediato. Entonces, en nuestro comportamiento, tendemos a hacer lo que dice o hace la mayoría y/o imitando lo que proponen nuestros semejantes más cercanos (familiares, amigos, etc.).

No debería sorprendernos, entonces, la diversidad de conductas sociales que estamos contemplando. Ante la falta de un claro liderazgo que nos “guíe”, naufragamos en océanos de dudas. ¿Qué es lo correcto? Dos palabras, creo, son necesarias para que, ese comportamiento y repercusión, salgan de nosotros mismos y evitemos altas dosis de influencias: compromiso y coherencia. Ser seres estables, honrados y racionales. Con nosotros mismos. Que mis actos reflejen mis pensamientos.

La coherencia es una motivación psicológica básica. La conducta que ejecutamos compromete nuestros actos futuros. Aquí es donde aparece la madurez: no requieren, nuestros comportamientos, que pensemos demasiado cómo tenemos que proceder. Las acciones que realizamos son más sencillas. El conflicto radica en lo colectivo; cuando nos encontramos ante potentes temas sociales, podemos observar si aparece (o no) la responsabilidad general. La inteligencia emocional puede ayudarnos a evolucionar.

La coherencia y la responsabilidad tienen un vínculo directo con la autoconsciencia y el autoconocimiento. ¿Cómo es mi calidad de escucha activa? ¿Mi empatía es emocional? ¿Cuán asertivo soy? Forjar nuestra fortaleza mental para no dejarnos influir por otros es un ejercicio necesario para crecer como personas y con unos valores que nos permitan tomar nuestras propias decisiones, sabiendo donde están los límites de mi libertad con respecto a las personas de mi entorno. La búsqueda de la aceptación nos encarcela.

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