Mi observación no es innovadora, ni creativa, ni nueva, ni palabra alguna que se precie para definir algo obvio: la propia observación de algo o alguien. Tampoco pretende ser juiciosa (aunque podría caer en ello y me cuidaré de hacerlo). Empiezo a ver una gran diferencia entre lo que desde las empresas y/o profesionales freelance proponen y la realidad de las cosas o las personas. En realidad, esto no es nuevo. Ha sido siempre así; ocurre que todos los canales de comunicación que tenemos y disfrutamos, ahora mismo, amplifican el mensaje.
Estamos fascinados con lo que hará (o está haciendo) la inteligencia artificial y cómo puede aportar al departamento de recursos humanos, por ejemplo. Y, desde esta misma área, aparece otro concepto como la inteligencia emocional…
Una empresa está orientada a resultados, a productividad. Lógico. La inteligencia artificial está orientada a aportarnos practicidad, simplificación, comodidad y productividad. También lógico. Todo, hasta aquí, es muy obvio.
Muchos profesionales freelance buscamos aportar a las personas (que trabajan para empresas), de una u otra forma, conceptos, genéricamente hablando, de la inteligencia emocional. Ello requiere profundidad. Una búsqueda interior que puede llevar mucho tiempo; depende de la persona y sus circunstancias pasadas, su focalización presente y sus expectativas futuras. Complejo, no imposible.
Entonces, chocan nuestros dos conceptos de inteligencia: la artificial y la emocional. Tanto si las empresas, en su búsqueda por la productividad, como las personas, en su búsqueda por la profundidad (aunque no todo el mundo “quiere”), no logran encontrar un equilibrio, la obsesión por lo propio puede dar paso a la frustración y desmotivación.
La tecnología va muchísimo más rápida de lo que podemos absorber y traducir en el día a día. Y el día a día está plagado de factores sociales, personales, familiares y un largo etcétera de cuestiones que pueden hacernos colapsar.
La búsqueda de equilibrios es una tarea personal e intransferible. Es muy compleja. Salir de nuestros espacios conocidos y donde nos sentimos cómodos (sean positivos o tóxicos) depende de muchos factores y no todo el mundo está dispuesto a “romper” con ello.
Por lo tanto, es clave, desde las empresas y profesionales freelance, encontrar una fusión que tenga como base los conocimientos aportados desde lo técnico pero que, sin ninguna duda, estén complementados con la comprensión de aspectos filosóficos, psicológicos, históricos y sociales.
La obsesión por lo propio no debe hacernos perder de vista que siempre estamos hablando que, detrás de cada empresa y profesional, existe una persona con todas sus circunstancias y que éstas, de forma perceptible o no, nos van modificando en cada una de nuestras etapas de madurez.