Que me contacte una mujer de 40 años a la que he formado, guiado (junto a otras tantas) y me diga que por mi culpa ha tomado la decisión de dejar un trabajo muy estable y seguro (después de 16 años) ya que no era feliz y que quería encontrarse a ella misma, ha sido el mayor regalo de los últimos tiempos. Por supuesto, no por mi trabajo. Por ser un privilegiado observador de la toma de decisiones de una persona que un día, sencillamente, empezó a confiar en sí misma.

Cuando realizo una formación, sea para el tipo de público objetivo que sea, siempre me gusta hablar con la dirección de la empresa sobre sus expectativas; de la dirección pero también de los asistentes. En la mayoría de los casos, no hay respuestas claras y concisas. ¿Se busca cumplir un expediente? ¿Aportar, sin más, una acción formativa solicitada con antelación? ¿Utilizar los créditos de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo (Fundae)? ¿Hay necesidades reales a cubrir? ¿Se hará seguimiento?

Una formación puede abrir los ojos a una persona y cambiar su visión cortoplacista. Por la cabeza de Marta (nombre ficticio) pasaron muchas cosas: la rotación en su departamento, la falta de reconocimiento, repetición de tareas sin que le aportaran (o le “llenaran”, como me dijo) y, sobre todo, darse cuenta de que iba a una oficina (teletrabajo incluido por la pandemia) a hacer algo que lo verbalizaba como ir a “autodepositarse” esperando que pase el tiempo.

Se podrán argumentar muchas cosas a favor y en contra pero la percepción de una persona que logra expresarse de tal forma esconde años de maduración en la toma de decisión final; sólo hace falta que alguien o algo actué como detonador. El resto es asumir el riesgo y pasar a la acción. Parece sencillo y no lo es pero aquí están esas decisiones que tanto admiramos en otros y no nos aplicamos a nosotros mismos. Es normal que se pase un tiempo de dudas. Tarde o temprano, todo se irá acomodando.

Guiar personas no es sólo coaching, mentoring, formación, consultoría o un montón de nombres técnicos con los que queramos definir ese momento en el que escuchamos a alguien, comprendemos sus necesidades y aportamos valor para que pueda ver con mejor perspectiva su horizonte temporal. Hay que entender su contexto, qué gana y qué pierde, a quienes puede afectar, si hay o no apoyo a la decisión y un largo etcétera de detalles que no se pueden desconocer.

Una formación puede abrir los ojos de las personas y que decidan abandonar la compañía. Formar, para quien lo sepa aprovechar, puede modificar prioridades y que florezcan otras ocultas o “no observadas”. También es responsabilidad de las empresas trabajar esto. Cuidar y mimar a los empleados debe ser una prioridad sabiendo que no es una tarea nada sencilla. Requiere tiempo, paciencia, confianza mutua y honestidad. Un gran reto diario. Por lo pronto, Marta ha decidido. Seguro que no será la única.

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