¿Qué otra cosa se puede hacer de un árbol caído más que leña? La eliminación de la selección española del mundial de fútbol de Qatar 2022, este pasado martes seis de diciembre, tiene una lectura numérica, estadística: cientos de miles de pases y posesión del balón para que, salvo contra la excepción del debut ante Costa Rica, sólo se hayan marcado dos goles. Cuando no hay eficacia (goles) y profundidad (generar realmente ocasiones), hay que revisar la eficiencia (todos los recursos con los que se cuenta para lograr los objetivos deseados). Sea el entrenador o los jugadores, es sano cuestionar a la autoridad. ¿El problema? Vivimos en una sociedad, en muchos aspectos, autocomplaciente. La fila de excusas es inagotable para encontrar respuestas a un funcionamiento que se sustentaba más en la fe que en lo que devuelve el rendimiento.
Cuando estudié periodismo, en mi Buenos Aires natal, uno de los grandes periodistas deportivos de siempre pero de entonces, repetía hasta el hartazgo, cuando un equipo jugaba a todo menos al fútbol, una frase lapidaria: “Se juega como se vive”. Juan Marcio Fazzini (“El Tano”), le ponía una pasión desmesurada a sus análisis siempre lúcidos. Recuerdo que una vez (en un estudio de radio) me atreví a preguntarle por la insultante demostración de perfección de la Scuderia Ferrari cuando Michael Schumacher lo ganaba todo en ese año 2000 memorable. El Tano me miró fijo, cara a cara y llenándome el rostro de humo mientras fumaba, comenzó con un contundente, “Pibe…”. A partir de ahí era escucharlo; ahí comprendí que todo lo que hacemos tiene sus causas.
En la victoria y en la derrota, las consecuencias están precedidas por unas causas que, desde el pensamiento crítico, es fundamental racionalizar dejando fuera cualquier tipo de emoción. Las emociones, en la gestión de un grupo o un equipo, nunca aportan claridad. Cuando un jefe o un entrenador es protagonista por encima de un equipo, éste sucumbe en rendimiento y confianza. ¿Lo peor? La autocomplacencia. Por una extraña cuestión sociológica, el fútbol se ha convertido, desde su aparición, en un fenómeno de masas. Nada iguala tanto al ser humano como el deporte rey a nivel mundial. En la defensa de un equipo o de un sistema de juego, esa masa profesa su propia religión, su propia fe. Todos son protagonistas: entrenador, equipo y la gente.
El fútbol muestra cómo somos y cómo no somos. Actúa como un espejo que no queremos ver en lo individual y en lo social. Un espejo que no es culpable de la imagen que devuelve. Si trasladamos todo esto al mundo de la empresa, ¿cuánto de fútbol tenemos en la diaria gestión y las tomas de decisiones? Muchos podrán decir que no les gusta este deporte pero ello no es óbice para observar nuestros comportamientos emocionales. España ha quedado elimina del mundial en la tanda de penaltis y la emoción está a flor de piel. Cuando un proyecto fracasa, un trabajador no es bien integrado, un jefe no conecta con su personal a cargo, buscamos (a posteriori) todo tipo de argumentos que nada tienen que ver con el liderazgo y un equipo de trabajo bien cohesionado. El fútbol, como casi siempre, nos revela que se juega como se vive.