Una reflexión social e individual sobre la pandemia en la que aún seguimos sumergidos (más allá de que el inconsciente colectivo nos invite a vivir como si ya no estuviera entre nosotros), nos lleva a analizar cómo son las conductas sociales observables de los ciudadanos de cualquier lugar de nuestro orbe. Sea el lugar que sea, ¿cómo afectan, a lo general, los propios valores individuales?
En psicología social se habla de procesos societales (dentro de los procesos psicosociales y su interconexión) cuando éstos trascienden a los individuos y a los grupos pero influyen en ellos. Se originan como consecuencia de las estructuras de estatus y poder, de las normas, costumbres y valores culturales compartidos. Somos personas que interactuamos y, nuestro comportamiento, está altamente influenciado por unas normas no escritas que nos llevan a proceder desde una cultura, generalmente, aceptada. Cuando alguien se “sale” de ciertas conductas (no hablo de casos de violencia o discriminación, por ejemplo), se suele observar a esa persona como quien mira a un extraño: está haciendo algo no acorde a lo que se espera que haga.
Las redes sociales han venido a multiplicar por cientos nuestros egos y niveles de exposición. Nuestras conductas se ven claramente afectadas por lo que hacemos, pensamos y sentimos, en el momento que ocurre, y con relación a otras personas que suelen estar implicadas en dichas conductas propias. Abraham Maslow, en su teoría de las necesidades, nos contó como las de pertenencia nos llevan a conseguir la “aceptación” de los demás. Está en juego nuestra sobrevivencia y el poder prosperar (hacia donde cada uno desee. No todo tiene que ver con lo material). Estas cuestiones tan básicas en el ser humano, ¿se verán afectadas por esta pandemia del coronavirus? Claramente, no.
Entonces, ¿cómo juega nuestro proceso individual? Aún cuando creemos estar solos y actuar de forma independiente, esperamos ajustarnos a nuestras propias normas que, indefectiblemente, están relacionadas con lo que suponemos o esperamos que otras personas comprendan (o no) de nuestras conductas. Por lo tanto, estos procesos individuales son también sociales: el referente son los otros individuos; de nuestro entorno y lo que observamos en redes sociales (hoy por hoy). Sin referentes, ¿dónde me posicionaría? Nunca podremos responder esta pregunta.
Si las necesidades de pertenencia y autoestima (seguimos con Maslow) se ven amenazadas, la reacción normal sería reforzar el vínculo con los demás. El confinamiento que hemos vivido nos llevó a eso gracias a la tecnología (¿Cómo hubiera sido esta misma situación hace 30 años atrás?). Ahora bien, el profesor de psicología del Departamento de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Purdue (Indiana, EE.UU.), Kipling Williams, expuso su modelo (estudio sobre el ostracismo, 2007) en el que, ahondando en esta situación actual que vivimos, nos llevaría a una pérdida del control sobre el propio ambiente social y una consecuente falta de reconocimiento de mi existencia y que se me tenga en cuenta. Este modelo se focaliza en la situación de que una persona se enfrente a una valoración negativa. Insisto, ¿cómo hubiera sido esta misma pandemia hace unos 30 años?
¿Cuántos casos conocemos, ahora mismo, de personas que se sientan amenazadas por el sentido de pertenencia y/o autoestima? ¿Cómo está afectando a nivel social? Seguramente, estas preguntas tengan respuestas vagas mientras deseamos volver a cierta normalidad que aún no sabemos muy bien cómo será. Pero, ¿podremos responderlas en el medio y largo plazo cuando se hagan estudios más profundos de cómo nos ha afectado esta pandemia? De acuerdo a nuestra capacidad de respuestas individuales (que tienen una connotación social, no lo olvidemos), ¿seremos una sociedad débil o resiliente? Intrigante futuro evolutivo.