Félix Marquardt es parisino y es un profesional de la comunicación corporativa. Llama la atención porque da grandes titulares y eso vende. Pero lejos de encontrar pensamientos huecos o superficiales, este “niño rico rebelde” lanza conceptos e incita a irse; de Francia y de Europa. Ha editado un libro, en 2014, titulado ¡Pírate!: guía práctica con 99 planes para buscarse la vida en otra parte (Librio).

Cuatro frases para entender su pensamiento: “Los jóvenes europeos han perdido la fe en su capacidad para modificar la realidad”; “Una sociedad que no confía responsabilidades a los menores de 40 años está en completo declive”; “Los europeos no nos damos cuenta de nuestra decadencia hasta que abandonamos nuestro país” y “Un europeo medio es mucho más competitivo que un chino en el mercado global”.

Hemos vivido miles de años arraigados al lugar que nos vio nacer. Irse de la tierra de uno estaba visto como algo imperdonable. Muchos lo hicieron por guerras. Otros por hambre. Algunos por cuestiones políticas. Pocos porque nunca se encontraron cómodos en su lugar natal. La revolución tecnológica que estamos viviendo nos está modificando. En todos los aspectos.

Irse es también salir de nuestra zona de confort; de nuestra comodidad. Es abrirse al mundo. A cambios. A entender otras culturas y formas de pensar, de entender la vida. Todo ello enriquece. Sí es verdad que tiene dos caminos que, inexorablemente, nos llevarán a tomar una decisión de futuro: volver para “compartir” las enseñanzas adquiridas y volcarlas en lo social y profesional o quedarse en aquel lugar que, finalmente, nos maravilla. Nunca es una decisión sencilla. Terminas siendo ni de aquí ni de allá. Algunos (me incluyo) se autocalifican como ciudadanos del mundo.

Todo esto forma parte de nuestro crecimiento, de nuestra maduración. Mientras el mundo sigue girando, está en cada uno de nosotros evolucionar o quedarse estancado. En ambos casos, habremos tomado una decisión presente que afectará nuestro futuro. Todo un reto de vida.

Pero también podemos extrapolar esta visión a nuestro mundo interno. ¿Cuántas personas llevan demasiados años en una misma empresa y, si tuvieran la más mínima oportunidad, se irían? Está claro que, ahora mismo, vivimos una situación de enorme complejidad para cambiar y hay que saber empatizar con ello. Sólo que esto no debería, en un futuro, arraigarnos al lugar que nos vio nacer (profesionalmente hablando) o en el que llevamos un tiempo muy considerable. El cambio es saludable, enriquecedor; necesario diría.

Son muchísimas las personas que están frustradas, desmotivadas y un sinfín de afecciones emocionales que no aportan, primero, a la persona interesada y luego a la organización. En ello, los departamentos de RR.HH. (personal o la dirección de una pyme) tienen que pasar a la acción. Estamos en una buena época para que la digitalización en los RR.HH. realice ciertos trabajos tediosos que ya no aportan valor de nuestros colaboradores y, éstos, se capaciten para orientarse más al desarrollo de las personas. Todo cambio genera miedos e incertidumbres pero arraigarnos a nuestra posición, tal cual está (y estará) el mercado laboral general, no hará más que languidecer situaciones que lastran (¡y lo sabemos!) en nuestras empresas.

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