“¿Y si fueras tú en tu futuro deseado?” Ella me mostró, en forma de pregunta, otro punto de vista. De repente la perspectiva cambia. Lo que antes generaba curiosidad y atracción, ahora se convierte en el reflejo de tu yo futuro. ¿Y si fuera la imagen de quién quiero ser? Aquella comida, en algún pueblo de Girona, fue muy reveladora. Ha pasado mucho tiempo pero mi óptica ha vuelto a dar un giro. La primera vez porque me permití aflorar sentimientos de aceptación; la segunda porque, siendo más profunda, me gustó. Siempre ha habido una visión femenina para descubrirlo.
Nacemos con una estructura mental que está vinculada a nuestra educación recibida, al entorno que la moldea, al presente que se resiste. Ocurre que a lo largo de nuestras vidas aparecen personas que nos regalan un espejo enorme. Está en nosotros querer verlo o dejarnos fluir en nuestra plácida zona de confort. Estamos eligiendo todo el tiempo. Hagamos algo o no. De forma consciente pero sobre todo inconsciente, estamos rodeados, socialmente hablando, de muchos espejos. De forma positiva o negativa, estamos proyectando en las personas u objetos, virtudes o defectos.
Cuando nos desarrollamos en el entorno que conocemos nos sentimos muy cómodos. Es lo que nos genera seguridad. Esa seguridad es la que moldea nuestro aquí y ahora y, en muchos casos, la que no nos deja ver nuestro potencial. Cuando buscamos nuestra mejor versión, siempre puede aparecer alguien a nuestro alrededor, en nuestro entorno, que ante la propia curiosidad por cómo nos sentimos frente a él o ella (o algo que admirar), nos quedamos con la primera impresión. La curiosidad puede mostrarnos mucho más que una imagen superficial. Profundizar es interesante.
Desde el punto de vista de la psicología, proyectar en otras personas, es un mecanismo de defensa. ¿Qué solemos proyectar? Sentimientos, pensamientos, deseos o impulsos, por ejemplo. Fue Sigmund Freud quien, allá por 1895, comenzó a observar este tipo de mecanismos que utilizamos las personas. Este médico, especializado en neurología y nacido en Austria, contempló en personalidades con ciertas complejidades, dicho comportamiento aunque fueron diversas escuelas del psicoanálisis las que generalizaron este concepto. Necesitamos, instintivamente, protegernos.
Cada vez que intentamos descifrar y/o juzgar el mundo en el que vivimos, lo hacemos desde nuestra perspectiva, incluso desde la “deformación profesional”. Uno de los filósofos y pensadores más importantes del siglo XX, el alemán Martin Heidegger (1889-1976), nos ilustra en la interpretación por la que una persona tiende a “observar” su mundo exterior desde lo interior: un profesional de la venta, por ejemplo, contempla el mundo como cosas que se pueden comprar o vender. Realidades psíquicas subjetivas.
Cuando aflore la “proyección” y la hagamos consciente, será una señal de maduración personal, social y profesional. Realizar un ejercicio de autoconsciencia a la hora de querer reflejar en el otro nuestras emociones, impulsos o deseos, nos permitirá crecer nuestra inteligencia emocional. Como nos legara Sigmund Freud, quizá esa “proyección” pueda aportarnos una valiosa información sobre nuestros clientes para ayudarles a generar beneficios. Al final de cuentas, tan solo se trata de escuchar activamente y “observar” cómo nos cuenta lo que nos cuenta. El resto, podría llegar a ser una anécdota.